Más allá del pop: el día dos del Festival Aural

Más allá del pop: el día dos del Festival Aural

Fotos por Andrés Paz

Fotos por Andrés Paz

Dentro del mundo y del imaginario colectivo existen bordes, límites, fronteras; y aunque sepamos que, muchas veces, es importante erradicar estos conceptos (o las representaciones físicas del mismo) no es un trabajo sencillo, y a las personas les cuesta trabajo aceptar o tan siquiera reconocer cualquier forma de arte o expresión que transgreda lo conocido, lo familiar. La segunda noche del Aural acercó a su público a tres exponentes importantísimos de la música noise y la música experimental en general.

El dúo mexicano ( SIC ) fueron los primeros en hacernos vibrar esa noche. La experimentación sonora de Julián Bonequi y Rodrigo Ambriz jugó mucho con la convivencia entre el sonido y el silencio. Rodrigo, al igual que Julián en algunas canciones, utilizaron el cuerpo humano como un instrumento al llevar la voz más allá de un canto convencional. Encima de drones que sirvieron como especies de mantras, los cantos que se escuchaban no estaban constituidos por frases si no más bien por sonidos, fonemas que, más allá de no tener ningún significado, funcionan como cantos ancestrales de sanación o de rezo, aunque algunas veces con un toque un poco más violento y enojado.  

KK Null y Bálazs PándiDuo tomaron el escenario después de ( SIC ) y nos demostraron que hay niveles de ruido, incluso cuando este dúo ni siquiera entra dentro de los niveles contemplados. Llevaron a cabo una improvisación, Null a cargo de herramientas electrónicas, una computadora y varios pedales, y Bálazs en batería. Su set (en mi opinión) representó el alcance y las posibilidades de creación que tienen dos máquinas vitales en nuestras vidas: la computadora, por el lado de la tecnología y su capacidad artística como generadora de sonidos nuevos y extranjeros a nuestros cuerpos. Y, por otro lado, el cuerpo humano, máquina orgánica capaz de seguir patrones y ritmos, que puede producir música por medio de agentes externos, en este caso, la batería.

Y después: pandemonio. Desde el momento cero en que Lightning Bolt subió al escenario no hubo descanso. Podríamos decir que, si lo que ( SIC ) busca es una interacción entre el ruido y el silencio, a Lightning Bolt le viene valiendo y quiere que todo y todos se ahoguen en sonido. Creo que ha sido el slam más enfermo que he visto en mi vida, y no esperaba nada menos. Entre canciones, Brian Chippendale se trataba de comunicar con el público pero, gracias a su micrófono, no se entendía nada; el público solo aplaudía y se movía nerviosamente esperando el próximo arrebato de música. Contrarrestando la explosiva actitud de Chippendale en la batería, Brian Gibson se veía tranquilo en el bajo, hasta serio. Aunque no hay que dejarse llevar por esta fachada, también toca con una pasión airada.

Entre loops, distorsiones y afinaciones fuera de lo normal, la voz del bajo se perdía en un universo de ruido abstracto que la batería sostenía y, de alguna manera, ayudaba a delimitar. Y aunque podríamos describir el sonido de Lightning Bolt, comparado con los otros dos artistas, como un poco más “melódico”, este duo emprende una exploración propia en cuestiones de sonido, algo así como sonido sobre más sonido, ignorando el silencio y dejándose llevar por el ruido. Para lo que alguien ajeno a este género músical puede parecer puro ruido sin sentido, en realidad guarda mucha pasión. Lightning Bolt nos demostró que la música es un concepto abstracto y que, aunque la gente crea que hay que seguir lineamientos y ciertas bases para poder crear canciones o composiciones, esto no es cierto, y que se puede tomar instrumentos tan conocidos como el bajo y la batería y crear algo completamente fuera de lo común y de lo establecido, teniendo en cuenta que el sonido, el ruido, las melodías, son una especie de plastilina que podemos moldear a nuestro gusto, y que podemos utilizar como herramientas de autoexploración para comprender el concepto de música y la manera en que se hace.  

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