El tránsito de expresar quienes somos en Inacabada, de Ariel Florencia Richards

El tránsito de expresar quienes somos en Inacabada, de Ariel Florencia Richards

Por Pamela Valadez

“Un par de años antes de que ella naciera, la autoridad de transporte de Nueva York decidió rediseñar el mapa del metro de la ciudad, principalmente porque a las personas les costaba descifrar la dirección de las líneas. Nobuyuki Siraisi -un artista formado como pintor y escultor- recorrió el trayecto de cada línea del metro con sus ojos cerrados, dibujando en su cuaderno la forma de los rieles que él percibía a ciegas. Aunque las escalas de ese mapa no calzan con la realidad, con las extensiones de las vías ni con las distancias medibles, sí se parecían -creía Juana- a la experiencia de ir a bordo de un vagón que recorre el subsuelo de Manhattan y los demás distritos”.
— Ariel Florencia Richards

Estas son palabras de Ariel Florencia Richards plasmadas en su novela más reciente, Inacabada,  y no había otra manera para empezar a escribir sobre una obra como ésta que dejarla presentarse con su propia voz. 

La historia que se cuenta entre sus páginas es la historia de Juana, una mujer transgénero que busca la compañía de su madre durante un viaje a Nueva York para atreverse por fin a confrontarla, para obligarla a reconocer a su hija y para que ambas suelten la pesada carga que guardan en su interior y que no las deja respirar. 

Oscilando entre el escenario de la gran ciudad y luego un cuarto de hotel que se siente claustrofóbico y sofocante, la narrativa nos transporta -como un vagón de metro- del pasado al presente de la biografía de Juana, quien se reconoce entre las calles que recorre ahora como turista y que fueron su hogar alguna vez. Cuando era una estudiante, cuando su cuerpo aún era el de un joven pálido y delgado. 

“Empecé a escribir la novela durante la pandemia”, cuenta Ariel Florencia, “me interesó mucho la confinación como una cosa narrativa, que dos o más personajes se tengan que enfrentar el uno al otro. Para Juana y su mamá, estar confinadas las remite a sus propios interiores y a sus propios conflictos”.

La protagonista tiene algo que decir, sabe que decirlo significa liberarse, pero también sabe que la verdad podría lastimar a la mujer que más ama en el mundo y se debate entre hablar o callar. “Es una historia de ficción, aunque creo que tienen una base muy fuerte en mi historia personal. Yo sí encontré la forma de confrontarme con mi madre, pero quise que Juana viviera en la dificultad”. Y es asfixiante esa necesidad de contenerse para no herir a los demás; aún cuando, en palabras de la propia Juana, “transitar sea la única manera de no morir”. 

La tensión antes del tránsito, la existencia en ese espacio liminal entre lo que somos y lo que no, se manifiesta dolorosamente en la historia a través de una escena en la playa. El mar llama a Juana quien aún no ha transitado.

Las olas la abrazan, primero la acarician suavemente y se transforman de repente en tempestad. La revuelcan violentamente y amenazan con ahogarla antes de que, en un impulso por vivir, se deja arrastrar hasta las rocas que la salvan de la muerte. Juana reconoce en su interior que, aunque haya sido por un segundo, sintió la tentación de darse por vencida, de dejar de bracear y entregarse al abismo que se abría bajo sus pies. 

“Creo que el mar representa una fuerza mayor a nosotros como seres humanos, cuando nos enfrentamos al mar es una enormidad que nos supera en escala. En la novela, el mar representa la muerte, pero también la posibilidad de transformación”.

Años después, nuevamente en el presente, recostada sobre la cama de ese hotel de Nueva York, Juana sueña con el abismo. Se yergue sobre unas rocas que la separan de las olas rompiéndose debajo de ella y esta vez le teme a caer. Al preguntar a Ariel Florencia sobre esta reconciliación, sonrió. “Cuando Juana empieza a abrazar su identidad femenina y su nombre ya no quiere morir, lo único que quiere es estar viva”. 

Hay pocos detalles en el texto que brinden pistas sobre cómo se ve Juana, pero la conocemos por sus recuerdos, sus sensaciones, sus pensamientos y sus reflexiones.

“La no descripción física fue completamente intencional”, confesó la autora, “las personas transgénero solemos ser muy objetualizadas a nivel físico. Hay mucha presión puesta sobre cómo nos vemos, así que quería que Juana estuviera sacudida de ese mandato y que fuera más bien una persona que piensa, que siente, a la que las cosas le duelen, que es capaz de hacer conexiones con otras personas y que su cuerpo fuera el menor de sus problemas”.

Importa mucho menos cómo se ve una persona que cómo es su experiencia en su tránsito, y no sólo un tránsito de género, sino “tránsito” en el sentido de un desplazamiento por el mundo que es común a todos los seres humanos. La apariencia de las líneas del metro es muy distinta de cómo se percibe el movimiento sobre los rieles que corren debajo de la ciudad.

Inacabada pone en palabras los tambaleos suaves y los giros abruptos de un trayecto particular. Narra el trasiego de una línea con nombre propio que intersecta con muchas otras líneas identificadas sólo con una inicial. Es la historia de una línea que se encuentra en medio de una transformación que la atraviesa y la reviste poco a poco de un nuevo color, que empieza y no termina. Así, gracias al abanico de posibilidades que permite su incompleción, la novela que la contiene se resiste a un final. Se resiste “a la agonía de lo acabado”.

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