Mary Poppins Regresa: un musical ordinario de lecciones valiosas
En la era de los remakes, spin-offs, reboots, secuelas y reimaginaciones, no es ninguna sorpresa que nos llegue hoy, con más de cincuenta años de distancia, el apéndice fílmico a uno de los clásicos musicales de Disney, responsable de lanzar al estrellato a la incomparable y carismática Julie Andrews por allá en la década de los sesenta. Adentrada veinte años después en su ficción, Mary Poppins Returns nos devuelve al número 17 de Cherry Tree Lane, en un Londres frío y neblinoso en plena Gran Depresión, para deleitarnos con actos musicales bombásticos que pretenden darnos otra lección de fraternidad, esperanza y superación de las adversidades.
Más allá de las inevitables comparaciones con su antecesora, El Regreso de Mary Poppins es una cinta formulática de Disney: espléndida fotografía, escenarios espectaculares, diálogos conmovedores y finales felices, además de un toque más que bienvenido de animación tradicional que hace honor a la era dorada del estudio del ratón, donde caricaturas bailarinas inundaban la pantalla. Pero también sirve de plataforma para que la talentosa y multifacética Emily Blunt brille en el papel estelar de la nana mágica que vuela en su sombrilla parlante.
Su actuación consigue despegar del césped y surcar los cielos londinenses con garbo, astucia y sofisticación, exudando disciplina y rigor por encima de gentileza desmedida. Una elección sensata, considerando que la actriz británica se adueña del rol en vez de imitar los pasos de Andrews, consiguiendo así asemejarse más a la contraparte literaria de la niñera voladora concebida por su autora, P.L. Travers, que a la encantadora y gentil rendición de Julie de 1964.
Paradójicamente, no sucede lo mismo con la historia. Mientras Blunt se aleja de la Mary Poppins de antaño, la trama opta por hacer prácticamente una calca episódica de su original, sacando ventaja de alucinantes proyecciones en CGI, imposibles de comparar con el cuadro por cuadro de la primera, pero sin sumar mucho en realidad a la mítica que desarrolló Travers en sus más de siete libros. Así, la nueva adaptación se siente más como un reciclaje forzado y diluido de su precursora, que un adendum valioso a su cosmogonía.
Pero vamos, ni el mismísimo Walt Disney ni su equipo creativo tuvieron nunca en mente hacer una copia fiel del paralelismo literario de la niñera mágica, sino más bien, re-interpretarlo y revestirlo del algodón musical y las melodías pegajosas emblemáticas de su tradición. De vuelta en el tiempo, Julie Andrews se ganó el corazón del público con su dulce voz en canciones entrañables como “Spoonful of sugar” y “Feed the birds”, obras magistrales del liricismo con moraleja a cargo de los hermanos Sherman. Cincuenta años después, toca el turno de llenar ese inmenso par de zapatos al compositor Marc Shaiman (conocido por su trabajo en comedias románticas y musicales como Hairspray y Cambio de Hábito) junto con su colaborador de años, Scott Witman, quien sumó su talento a las letras de las nuevas canciones.
Así, Mary Poppins Returns ofrece 9 cortes originales y completamente nuevos, sin repetir ninguno de los clásicos como “Chim Chim Cher-Ree” o “Superfragilisticoespiralidoso”. Un arma de doble filo si se contempla que muchos amantes de la original querrán tararear las melodías imprescindibles de su infancia, aunque cumple con el mérito de buscar una voz propia para la nueva adaptación.
Tres canciones nuevas destacan en el soundtrack de Mary Poppins Returns: “Can You Imagine That?”, “A Cover Is Not The Book” y “The Place Where Lost Things Go”. La primera, una melodía jocosa y vibrante que se convierte en el leitmotiv de todo el score y la segunda, un dueto exquisito entre Emily Blunt y su co-estelar Lin-Manuel Miranda —celebrado por su exitosísimo musical de Broadway, Hamilton—, quienes protagonizan un colorido y espléndido acto teatral de rimas intrincadas y gloriosa animación 2D en el que incluso reaparecen los famosos pingüinos bailarines. En ambas canciones, Emily Blunt deslumbra con una voz potente que hace énfasis en su acento británico y que de pronto asoma fisuras de atrevimiento y seducción.
Por su parte, “The Place Where Lost Things Go” alcanza un nivel estelar como la balada responsable de dos momentos verdaderamente conmovedores, convirtiéndose en una reflexión profundamente emotiva acerca de las pérdidas.
Ben Winshaw, como el ahora adulto Michael Banks, también destaca por su convincente y empática interpretación de un hombre sumido en la tristeza, la desesperanza y el temor. Su modesta, pero enternecedora declaración musical en “A Conversation” acerca lágrimas tempranas a los ojos apenas iniciada la película.
Mary Poppins Returns es, en fin, un relato fantástico de sucesiones emotivas que de pronto se siente más como una imitación innecesaria de su predecesora que como un capítulo que valía la pena contarse cinco décadas después. La breve aparición de Meryl Streep como Topsy, la caótica y excéntrica prima de Poppins, no ofrece resonancia alguna en el argumento, mientras que el cameo de Dick Van Dyke, la única estrella de la película original en regresar para darnos un guiño de nostalgia, no es suficiente para hacernos sentir que estamos frente a una pieza a la altura de su legado.
Lo que pretende ser secuela, homenaje y revisita de un clásico al mismo tiempo, pierde la oportunidad de expandir un universo mágico donde no existen imposibles. Aún así, El Regreso de Mary Poppins tiene suficiente factura y valores de producción como para que el viaje valga la pena, además de varias lecciones sobre-explotadas (“no olvides tu niño interior, “una vez en el fondo, lo que queda es subir”) que quizás vale la pena recordar. Y qué mejor que hacerlo acompañados de la voz de Emily Blunt diciendo: