Salón ACME y MACO, entre inutilidades y autorretratos — IBERO 90.9


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De agujeros en el arte: Salón ACME y MACO

De agujeros en el arte: Salón ACME y MACO

Por Pamela Valadez

La miro y pienso que no pertenece al lugar en el que está, rodeada de lienzos coloridos y espejos reflejantes en la sala que le fue asignada para su exhibición en Salón ACME.

La silla de Rodolfo Salmerón debería estar en la habitación abandonada de una casa vieja y rechinante, sirviendo de soporte para la casaca olvidada de algún soldado muerto en guerra por el impacto de una bala de cañón que le atravesó el pecho. 

INÚTILMENTE (2016), del artista veracruzano, no tiene nada que ver con guerras ni soldados muertos ni balas de cañón, pero evoca todo eso y más.

Exposición Inútilmente de Rodolfo Salmerón.

En la imaginación de quien mira la camisa que reviste el mueble, el enorme agujero que se abre en su centro se convierte en un símbolo de sufrimiento, la seña de una ausencia y el detonador de cientos de historias posibles sobre pérdida y duelo. Pensar en usar la prenda parece una tortura y la incomodidad que produce esa idea permite que la obra permanezca intacta en medio del espacio donde se percibe tan fuera de lugar.  

El trabajo de Rodolfo Salmerón se centra en el medio textil para explorar la fragilidad, la transformación, la descomposición, la vulnerabilidad, la ansiedad y los estados emocionales en conflicto. La camisa agujereada sobre la silla es el resultado de la inutilización de una prenda que debería abrazar y proteger. Ha fallado a su propósito y lleva la marca del fracaso y el olvido inscrita en su trama. 

La acción de agujerear, el hecho de ser agujereado, se repite en otra obra del mismo artista que cuelga de una esquina de la sala, casi como si no quisiera ser vista, mezclándose con los colores y las texturas del muro.

Mapa del borde II (2024) es recorte, herida y sutura. Compuesta de algodón, hilos, hongos y semillas, bien podría ser la sábana de una habitación, la misma habitación imaginaria para INÚTILMENTE o una distinta, y las semillas oxidadas que colorean la tela se asemejan a quemaduras de cigarro, a agujeros que no atraviesan completamente la materia, a heridas en la piel. Las suturas aleatorias atraviesan la superficie como demarcando un territorio político, como si trazaran carreteras, como si fueran estrías o sistemas circulatorios. 

Cada cicatriz se añade a la historia del objeto y conforma su identidad. El agujero se transforma en la mira hacia el más allá que antes estaba obstruido por la presencia de algo que ya no existe. Salmerón es capaz de imprimir en el material el mismo vacío que se experimenta en el pecho, en la piel o en la boca del estómago y el enfrentamiento con su obra desencadena una experiencia empática que impacta y permanece.  

Tomé innumerables fotos de ambas piezas, intentando capturar el detrás que se deja ver a través del agujero en la camisa, tratando de reflejar certeramente las texturas de las semillas adheridas al algodón y los cruces entre las suturas vagabundas. Quería evocar el mismo sentimiento de extrañeza que me produjo encontrarme con la silla abandonada a su suerte al centro de un conjunto de cosas que se sentían distintas a ella y la sensación de que el textil enmarcado está vivo y puede percibir cómo las semillas y los hongos se descomponen en su interior.

El concepto de agujero que encontré en el trabajo de Rodolfo Salmerón y que quedó grabado en mi memoria, punzó con fuerza cuando me topé con la obra de Jordi Alcaraz en un pasillo incómodamente concurrido de ZONA MACO. Enfrentarse a Autorretrat (2020) tan de cerca fue como mirar al vacío al borde de un acantilado.

Aurorretrat de Jordi Alcaraz.

Decir eso puede parecer exagerado dado que es una pieza de pequeño formato, pero juro que así se sintió y me gustaría tener mejores palabras para expresarlo. 

A lo largo de su trayectoria, el artista se ha preocupado cada vez más por hacer visibles los procesos del hacer. En Autorretrat, la interacción física entre el artista y su medio queda más que clara y se puede deducir nuevamente el ejercicio de agujerear, de abrir un hoyo que no alcanza a estar perfectamente centrado, pero que funciona igual como mira a una realidad que de otro modo sería invisible.

Por razones que no alcanzo a explicar, la pieza ya me había conmovido antes de mirar el título. Quizá haya sido por una cuestión estética, como que me gusta el cartón o el color negro, o que tenía presente la idea de los vacíos provocados como símbolos. Lo cierto es que pensar en ese agujero como un autorretrato le dio una nueva dimensión, pues me obligó a pensar en el temido “¿Qué habrá querido decir el artista con ese hoyo?”. 

A falta de confirmación del propio artista, elijo pensar que el agujero es un acto de profunda vulnerabilidad. La superficie bicolor del cartón ha sido herida para revelar que existe un universo extendiéndose más allá, generalmente oculto de la mirada externa. La pintura negra corre al llamado de la materia lastimada como si fuera sangre y los trazos que atraviesan el área, casi accidentales, bien podrían ser las cicatrices ya sanadas de otros agujeros hechos en el pasado. 

Tal vez mi interpretación no está tan equivocada, pues el historiador del arte J.F. Yvars dijo alguna vez, sobre el trabajo de Jordi Alcaraz, que sus obras “respiran, gimen, suenan, se cuartean y reajustan el acorde necesario que trazará la sinfonía inacabada de su actividad plástica”.

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