Lala Pasquinelli nos explica por qué la belleza se convirtió en un espejismo — IBERO 90.9


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Nos han robado la palabra cuidado y autocuidado: Lala Pasquinelli

Nos han robado la palabra cuidado y autocuidado: Lala Pasquinelli

 Por Hatsi Sanchez 

A estas alturas del siglo XXI, la noción del género como constructo social ha tenido mayor aceptación. Entiendo lo anterior, los constructos que sustentan el género están sostenidos por diversos sistemas. Tan eficientes que nos venden ideales que incluso estamos felices por seguir. 

La belleza es uno de esos escurridizos conceptos, que han acompañado a lo que se concibe como “femenino”. Y, ¿cómo nos afecta la idea de belleza? Lala Pasquinelli artista, abogada y autora del libro La estafa de la feminidad, que ha estudiado críticamente los mandatos y estereotipos sobre la mujer en la cultura de masas.

“La belleza funciona como una máscara. Nos vamos construyendo para mostrarle al mundo algo que no somos, de alguna manera vamos restringiendo nuestros movimientos. Eso es una forma de ser lo que no somos. Quizás cuando somos más pequeñas tenemos más disponibilidad de nuestro cuerpo. Nos podemos mover, saltar, correr, ocupar espacio, gritar, hacer fuerza. Poco a poco estas cosas se nos van siendo censuradas, nos dicen:las niñas no se mueven así. No corras, no transpire, no te ensucies, no grites, no… Todo lo que no podemos hacer, porque nuestros cuerpos tienen que estar ocupando poquito espacio de ser, siendo, moviéndonos poco y así vamos perdiendo esa potencia”.

Para que la estafa perdure, cada cierto tiempo se tiene que reinventar y reempaquetar.  En épocas de mega consumismo como las actuales, la belleza también puede nombrarse como  “autocuidado”, y busca aparentar una elección radical de amor propio.

Una simple búsqueda en TikTok lo comprueba: rutinas de cuidado facial, ejercicios para tonificar el cuerpo, comidas bajas en grasa que no te harán engordar. Para todo siempre se usa un arsenal de productos que puedes comprar en Amazon, y por favor no olvides usar su link afiliado. La belleza se vende y como mujeres lo único que nos queda es consumir, consumir, consumir. 

La cuestión importante es ¿cuántas de estas, entre comillas,“acciones de cuidado” no haríamos si supiéramos que nadie nos juzgaría por ello?   

“El autocuidado pasa de retorcerle tu cuerpo a la violencia, no a la violencia en un vínculo, a la violencia en en en todos los lugares por los que circula la violencia. El autocuidado ahora es pura y estrictamente someterte a tratamientos de belleza: depilación, hacerte las uñas, ponerte las pestañas y todas las implicaciones. Nos han robado la palabra cuidado y autocuidado.

Hoy eso es entregar nuestro consumo  y someternos a la violencia que implican muchas de estas intervenciones sobre el cuerpo de la mujer. Al mismo tiempo esto se nos propone como autocuidado, como sanación, como formas de ganar autonomía. El discurso incluso se puede modificar, si no estás dispuesta a cumplir con esos rituales, con esos consumos, es porque hay algo que está mal contigo. Tu interior está roto y hay que repararlo. Si nosotras tuviéramos la posibilidad de no hacer estas cosas como le sucedió a las mujeres en la pandemia, que no necesitaban ponerse tacos altos, depilarse, maquillarse. Ninguna lo hacía. Entonces ahí se cae muy rápidamente el discurso de que lo hacemos para nosotras”.

Poco a poco y de manera inconsciente se nos acostumbra a la violencia estética. Al dolor de la depilación, a cirugías estéticas como una solución razonable, a la perforación sin consentimiento.

Con acciones cotidianas se nos dice que los cuerpos femeninos pueden ser: cortados, mutilados, adoloridos y usados. Se nos enseña que el peor crimen que podemos cometer es el quejarnos.

“Es una pedagogía de la crueldad, como dice Rita Segato; esta educación en la que vamos a ir normalizando, primero ser humilladas en nombre de la belleza. Desde que somos muy pequeñas nuestras madres, nuestras tías, nuestras abuelas, nuestras maestras, el compañerito de la escuela, la compañerita. No van diciendo ‘gorda, fea, negra, peluda’, lo que sea que no encaje con un hegemónico.

La feminidad es central y nos va educando a nosotras y a la sociedad en lo que es posible hacer con un cuerpo de una mujer. A lo que nosotras tenemos que hacer con nuestros propios cuerpos. Entonces, si nosotras miramos nuestros cuerpos seccionalmente, no nos miramos el tobillo, nos miramos la nariz, miramos la ceja, no miramos en conjunto nuestro cuerpo y odiamos nuestro cuerpo y creemos que nuestro cuerpo debe ser intervenido”.

Las redes sociales refuerzan los ideales de belleza, imponiendo nuevas formas que desafían la noción de lo natural. Las imágenes que consumimos construyen fantasías visuales que actúan como un espejo distorsionado de falsas aspiraciones.

En este contexto, las nociones de perfección y deseo se moldean según tendencias virtuales, dejando a nuestra percepción atrapada en un juego entre lo falso y lo completamente artificial.

“Así se construye esta idea de lo femenino. Como no importa lo que vos hagas, lo único que importa es la apariencia de tu cuerpo, es lo único que vos tenés para ofrecerle al mundo. Entonces una forma de recordártelo y de marcarte la cancha. Tu lugar en el mundo no es hablando de política, es pintándote el cabello”. 

Parecemos terminar en el mismo lugar. La mujer no como un ser humano, sino como un objeto de consumo, cuyo cuerpo es lo único para ofrecer, un destino abrumadoramente trágico.

La belleza sí es un espejismo que nos prometen como un destino y que, en realidad, termina siendo una jaula. Un mandato hegemónico que nos reduce a objetos, nos aliena de nuestros cuerpos y nos enseña a soportar la violencia. Pero no tiene por qué ser así.  Podemos resistir y esta  no es una tarea individual; la resistencia necesita colectividad.

Rodearnos de otras voces, otras miradas y otros relatos es clave. Limpiar nuestras vidas del consumo de contenidos hegemónicos, cuestionar lo que nos enseñan y elegir alimentar nuestra mente con narrativas que no perpetúen las mismas lógicas, son pasos pequeños pero revolucionarios.

Porque la autonomía no solo se gana al rechazar lo que nos impone la violencia estética; se gana también al construir juntas nuevas formas de habitar nuestros cuerpos, nuestra identidad y el mundo. Y aunque el proceso es lento puede ser profundamente transformador.

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