1984, en el kit básico de cualquier anarquista
Si el líder dice de tal evento esto no ocurrió, pues no ocurrió. Si dice que dos y dos son cinco, pues dos y dos son cinco. Esta perspectiva me preocupa mucho más que las bombas (Orwell, 1984).
1984 de George Orwell se publica cuatro años después del término de la Segunda Guerra Mundial.
La novela retrata un Londres post revolucionario y liderado por el Gran Hermano –adorado fehacientemente por el pueblo–. Winston, el personaje principal, esconde un pequeño deseo subversivo: que caiga el régimen.
En este universo orwelliano se sistematiza todo un proceso para acabar con cualquier narrativa que no esté alineada al discurso oficial; se reescribe el pasado. Se borra a las personas.
Los engranajes de este mundo ficcional implementaron un delicado sistema de vigilancia: la escritura está prohibida. Cualquier documento que no encaje con la realidad ficcional debe ser destruido, las voces que no se ajusten a la ideología deben ser evaporadas y en la apoteosis de esta organización están los ministerios de paz, amor, verdad y abundancia, que funcionan inversos a lo que en nombre sugieren.
Aún cuando la sensación de comunidad ha desaparecido para Winston, la esperanza está en el proletariado; sin embargo, el final de 1984 dista de todo menos de esperanzador.
Orwell aborda de frente a los regímenes totalitarios, entiende sagazmente cómo funcionan y deconstruye su complejidad para entregarle al lector en menos de trescientas páginas una guía de disección sobre los fascismos.
Lo que Hannah Arent hizo en Los regímenes totalitarios, Orwell lo construye con ficción, ficción que se acerca a la realidad.
Hoy más que nunca hay que leer a Orwell para diseminar los discursos, para oponerse a aparentes verdades, porque sólo hay resistencia si es colectiva. Porque la palabra incita al pensamiento, a la crítica, a la lucha.