Bailongo Bohemio: L'Chaim
La noche en el Festival Internacional Cervantino caía. La mayoría de los eventos habían concluido y la gente se movía hacia sus respectivos lugares de hospedaje. Pocos se atrevieron a ir al espectáculo más tarde de la semana. Con incertidumbre llegué al recinto, en el Castillo de Santa Cecilia. Estaba cansado; francamente no sabía que esperar. En el sitio, la gente estaba vestida elegantemente; vinos y quesos eran servidos entre las mesas pequeñas y sillas altas. Todo estaba casi amontonado. Después entendería el por qué.
Tras unos minutos, subieron al escenario seis hombres y una mujer. Venían vestidos con atuendos coloridos y excéntricos, incluso algunos descalzos. Se paraban juguetones ante las personas que tenían como público. Al fondo, nosotros como prensa, disparábamos las cámaras instantáneamente al ver su bizarro comportamiento. La selección de instrumentos que portaban era poco común: acordeón, mandolina, violín, contrabajo, clarinete, saxofón y batería.
La música comenzó. Todos levantaban sus copas, gritando: “¡L’Chaim!” que significa “salud”. Desde la primera nota, el ritmo abarcó todo el espacio: la gente bailaba, empujaban las mesas para abrirse espacio e ignoraban cualquier diferencia. El ritmo de la batería era hipnotizante. El saxofón determinaba las emociones.
Después de poco tiempo, incluso la prensa había cedido antes los encantos del sonido. “Esto va a durar. Sí se traen un buen desmadre”, decían algunos organizadores de logística. La predicción fue real y el evento no paraba. Todos olvidaron sus labores para bailar. ¡L’Chaim! era repetido una y otra vez. Cada nueva canción era otro motivo para celebrar. El repertorio consistía en una mezcla de jazz y sonidos que jamás podría describir. La música penetraba el inconsciente. Se apoderaba de todas las partes del cuerpo: sin parar por el resto de la noche.
Cuando pensé que nada más podría aumentar el ambiente inusual, el vocalista comenzó a subirse a las mesas, pasando de una en una. Bajaba únicamente para bailar con algunas mujeres en el público. Mis expectativas había sido rebasadas al 100%. El cansancio había desaparecido. La bebida y baile se apoderaron de mí. Sudor en la frente y camisas desabotonadas se volvieron el nuevo código de vestimenta. Todos nos habíamos convertido en una especie de familia. El baile era como un ritual catártico. Inevitablemente, el espectáculo terminó. Bien dicen que, para disfrutar algo al máximo, es vital retirarse en el auge. Los instrumentos fueron silenciados. Sin embargo, no puedo esperar otra oportunidad para escuchar, bailar y disfrutar una vez más los sonidos de esta banda holandesa y junto con el público levantar una vez más las copas y gritar ¡L’Chaim!
Fotos: Esteban A. Catalán