Todos somos Antoine Doinel
Todo aquel que se haga llamar artista sabe de antemano que toda obra es, en mayor o menor medida, autobiográfica. El arte siempre se ve invariablemente atravesado por la vida del propio artista, y en algunos casos, la obra misma es una vía por la cual cuestionar y explorar la vida propia.
El cine no está exento de este fenómeno y no hay quizá un mejor exponente de esta exploración que el director francés Francois Truffaut. Él mismo solía decir que siempre había preferido el reflejo de la vida a la vida misma. Truffaut, quien hoy habría cumplido 88 años, fue pionero y uno de los referentes más importantes de la Nouvelle Vague, la vanguardia cinematográfica francesa surgida a finales de los años 50.
La llamada “nueva ola” planteó una forma distinta de hacer cine, en la que los directores —quienes, primero que nada, eran verdaderos cinéfilos e intelectuales— exploraban los límites de la libertad de expresión, del discurso político y de la auto-exploración por medio de sus películas. La Nouvelle Vague dejaba atrás los mandamientos del cine clásico y hacía de la trama un mero pretexto para ahondar en los personajes. Es justo en la obra de Truffaut, en particular la saga que sigue al personaje Antoine Doinel, en la que mejor se ejemplifica esta nueva técnica.
Conocemos por primera vez a Doinel en la icónica película de 1959 Los Cuatrocientos Golpes, la ópera prima de Truffaut, en la que vemos al actor Jean-Pierre Léaud de apenas 14 años interpretar al personaje. En un París sumamente melancólico, filmado en blanco y negro, se nos presentan las desventuras de este joven desdichado y rebelde, cuyos padres no comprenden. Antoine se refugia en sus incertidumbres, en la delincuencia y en su único amigo, René.
Con los años vemos a Doinel crecer e independizarse, y a los 17 vivimos junto a él la primera de sus muchas peripecias amorosas en Antoine y Colette, un cortometraje que forma parte del proyecto cinematográfico El Amor a los Veinte Años. En apenas 29 minutos, Truffaut nos presenta una visión cruda y real del amor adolescente y, para la mala suerte de Doinel, del amor no correspondido.
Truffaut explora el color en su siguiente película de la saga, Besos Robados, en la que un Antoine recién despachado de la milicia por ser un soldado insuficiente, se ve inmerso en una situación laboral poco convencional: se convierte, por azar, en un detective privado. Los golpes de la vida de Doinel se abordan con un balance perfecto de comedia y suspenso, y poco a poco lo vemos pasar de ser un niño a enfrentarse a la vida de adulto. Es también en esta película en la que conocemos al nuevo interés romántico de Antoine, Christine Darbon. Una vez más en la historia de esta saga, la ficción se entrelaza con la vida de Truffaut, quien terminó por enamorarse la actriz que la interpreta, Claude Jade.
El matrimonio de Christine y Antoine se vuelve el eje central de Domicilio Conyugal, la siguiente película de la saga. Doinel se encara con los problemas de la vida de casado, y como era de esperarse de un romántico tan empedernido, la tentación de la infidelidad. A la manera “más Doinel” posible, en esta película lo vemos incursionar en las más extrañas profesiones, desde recepcionista de hotel a vendedor de flores pintadas (por él mismo, claro está).
Por último, el aclamado director nos regaló el perfecto cierre para la historia de Doinel con El Amor en Fuga. En pleno divorcio con Christine, y ya con un hijo de nueve años, Antoine se reúne con antiguos amores y encuentra también amores nuevos. Por fin consigue su sueño de escribir una novela y no podía ser sino una autobiografía. Incluso viendo a un Antoine completamente adulto, la esencia del personaje se mantiene y no deja de ser el mismo muchacho inadaptado y soñador que conocimos cuando apenas era un niño, solo que ahora lo rodea un aire de despedida en cada toma.
A lo largo de 20 años que transcurrieron entre la primera y la última película de la saga, Truffaut se encargó, como ningún otro director, de mostrar a su público la minuciosa y excelente exploración del personaje, y simultáneamente, de darnos una visión sumamente íntima a su propia vida.
La historia de ambos se vio interrumpida en 1986 con la prematura muerte del director a los 52 años. Truffaut tenía la meta de hacer 30 películas para poder después dedicarse a escribir, pero debido a un infarto fulminante, se quedó a cinco películas de lograr su cometido. Gracias a las notas que dejó el director, sabemos ahora que Truffaut quería continuar la saga con la historia de Christine, la ex mujer de Antoine, y Alphonse, su hijo. En un documento que encontró Emily Butterfly y posteriormente compartió con Eva Truffaut, hija del director, se reveló que la historia aún daba para más, y que muy probablemente una de esas cinco películas habría sido esa continuación.
Es innegable que la Nouvelle Vague nos regaló un sinfín de personajes icónicos, pero sin duda el mítico Doinel se destaca entre el resto de los arquetipos que se nos presentan por un simple motivo: Antoine Doinel es auténtico. No surge de la mera imaginación del director, surge de la vida misma de Truffaut. Es un poco inmaduro, un poco miserable y, a momentos, irreverente. No es un personaje idealizado, sino que sus vivencias a veces parecen resonar con las que todos enfrentamos cotidianamente. Quizás por ésto, todos nosotros, en mayor o menor medida, somos un poco como Antoine Doinel, y por añadidura, todos tenemos también un poquito de Truffaut.