[Publimetro] Que muera el autor, que vivan las ruinas

Por David Ruano.

Vine a un tribunal porque me dijeron que acá había una pelea, de una tal María Kodama, viuda de Borges, contra aquellos que no comparten su visión del escritor argentino. Casos como este hay varios, pues pareciera que cuando posees los derechos de una obra que no es de tu autoría, la responsabilidad que cae sobre tus hombros se convierte en una manía obsesiva de conservación. En el caso de la literatura, se pide a los lectores que se acerquen y admiren los textos del autor consagrado, pero sin tocar porque se desgasta.

Esta actitud ceremonial intenta mantener viva la imagen de la obra para enaltecer un nombre específico. Lo cual resulta un problema porque la única figura que importa divulgar es la del escritor y no la de su obra. Sus guardias ven en el manoseo de las piezas un insulto hacia el artista, limitando la percepción y la recepción del texto, cuya pertenencia deja de ser del autor al momento que llega a otro: el lector.

La conservación forzada de los monumentos literarios es una empresa estéril. Para sobrevivir al paso del tiempo, la literatura, igual que su materia prima, el lenguaje, debe someterse al cambio y a la pérdida, así como de la retroalimentación a partir de la lectura y el comentario. Lo que hoy tenemos en nuestras manos como grandes construcciones de la literatura universal, realmente son ruinas: estructuras que han perdido fragmentos y que gracias a lo que permanece podemos vislumbrar lo que en su momento llegó a ser, “Tiempo de un pasado que lo sigue siendo, que se actualiza como pasado y que muestra al par, un futuro que nunca fue presente” dice María Zambrano.

Obras como Las mil y una noches y el Cantar de Mio Cid dan muestra de una literatura que se ha despojado incluso del aura de su autor para dar identidad en su comunidad de lectores, ya sea como hablantes de una lengua o sujetos inmersos en una cultura. Mientras que en la obsesión de conservar el texto en un estado “puro” puede llevar a radicalismos, como es el caso de la Biblia, en la defensa de que Dios es su único autor.

La lectura, el comentario y la discrepancia son parte del proceso de devastación que necesita una obra para saber si podrá afirmarse y sobrevivir al paso del tiempo.

 

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