Pinceladas franco tahitianas: Gauguin según Deluc
Con tan sólo diecisiete años Paul Gauguin abandonó el colegio para ser marino mercante. Ya desde ese entonces, era un joven deseoso de conocer tierras lejanas. Así también, desde temprana edad, quedó huérfano, siendo después adoptado por Gustave Arosa, un rico banquero que lo introdujo al arte plástico y que definiría la emblemática figura del pintor que conocemos hasta nuestros días. Representante del impresionismo, con pintores de la talla de Van Gogh, y más tarde, del sintetismo, con Emile Bernard.
Sin embargo, el Gauguin que retrata la película de Édouard Deluc es muy distinto al que admiramos en los libros de Historia del Arte y adulamos en los museos. Gauguin: Voyage de Tahiti es un acercamiento más humano y terrenal a un fragmento de su vida. Vincent Cassel, uno de los grandes exponentes actuales del cine francés, encarna al tormentoso personaje que se enfrenta a la miseria económica; la soledad, traducida al abandono de su familia a cambio de satisfacer sus ambiciones profesionales; y una profunda crisis creativa que lo lleva a enfermar.
“Cuando uno quiere renovarse hay que regresar a los orígenes. A la infancia de la humanidad.”
Paul Gauguin.
Es así como nos lo revela esta cinta. Ante la infelicidad de una sociedad esquematizada, como la europea, y los rectos códigos burgueses, el pintor halla en Tahití un punto de fuga.
Su obra, durante estos años es metáfora de una ruptura de la convención artística, y sobre todo social, donde la gente por la que se rodea, como Tehura (Tuheï Adams), lo conducen a explorar la autenticidad en las cosas más simples y, de alguna manera, a sus orígenes, como cuando se es niño.