Al escuchar el nombre de Salman Rushdie (Bombay, India, 1947) es inevitable no recordar el conflicto político-religioso en el que se vio envuelto tras la publicación de Los versos satánicos (1988), novela en la que reflexiona y critica al Islam en sus vertientes más extremistas. Esto lo obligó a protegerse de la condena de muerte que emitió contra él el Ayatola Ruhollah Jomeiní, líder religioso de Irán, al año siguiente. Dentro de este contexto, la publicación de su siguiente libro, Harún y el Mar de las Historias (Random House, 2012), resulta en apariencia un giro de ciento ochenta grados, ya que trata de un relato infantil dedicado a su primer hijo.
Esta novela, publicada en inglés en 1990, narra la aventura a la que se embarca el joven Harún Khalifa, hijo del mejor contador de historias del país de Alifbay, Rashid Khalifa, cuando este último pierde sus capacidades histriónicas y narrativas a causa de ser abandonado por su esposa. Bajo la excusa “¿Para qué sirven unas historias que ni siquiera son verdad?”, el también llamado Sha del Blablablá sufre una conmoción sentimental que no le permite servir a sus mayores clientes, es decir, los políticos del lugar en tiempos de elecciones.
Nadie creía en lo que contaban los políticos, a pesar de que todos afirmaban categóricamente que decían la verdad (en realidad, al hablar así revelaban que mentían). Pero todo el mundo tenía fe absoluta en Rashid, porque él siempre reconocía que todo lo que les decía era completamente falso, que había salido de su cabeza. O sea, que los políticos necesitaban que Rashid les ayudara a ganar los votos de la gente.
Todo cambia una noche, durante una gira de campaña a bordo de la nave Las Mil y Una Noches Más Una, en la que Harún descubre a Iff, un Genio del Agua que está a punto de desconectar el vínculo que tiene el señor Khalifa con el Gran Mar de las Historias, el cual le suministra las narraciones que en su momento le otorgaron el mote de Océano de la Fantasía. El joven hijo asegura que hay un error y su padre debe conservar el abastecimiento de tan singular líquido, por lo que acompaña al genio al país de Gup, donde se encuentra La Morsa, el Gran Controlador de Agua de Historias, único personaje capaz de aclarar el asunto de la provisión.
Sin saber que está a punto de verse involucrado en conspiraciones, actos de maldad, historias de princesas raptadas y una guerra entre el habla y el silencio, este viaje significa para Harún visitar el origen de las historias que su padre le ha contado toda la vida y donde la frontera entre realidad y fantasía es inexistente. Aquellas historias “que ni siquiera son verdad” abandonan su carácter de ficción para afianzar su sitio como una parte fundamental de su existencia.
Cuando el ser humano intenta explicar algo, lo hace a partir de un proceso narrativo, es decir, un proceso esquematizado de secuencias donde la relación entre causa y efecto es esencial. Al armar y organizar una narrativa, el sujeto también organiza su mente y su mundo. Por lo tanto, las historias que posee forman parte de su identidad, pues ésta se nutre de las historias que oye, ampliando su conocimiento de distintos modelos de situación que le eran ajenos.
Soraya, la madre de Harún, al abandonar su hogar e inhabilitar la voz de Rashid, también erosiona las identidades de su hijo y esposo, o sea, la de un fabulador y la de un oyente que ha crecido gracias a esas fantasías. De esta forma, Harún y el Mar de las Historias es la fábula de cómo se forma una identidad a partir de la recuperación de lo que se creía perdido y, al mismo tiempo, de su expansión gracias a la historia de la vida misma. Sírvase de ejemplo que en la tradición de la cuentística árabe, el recurso de la caja china, un relato dentro de otro, es una característica obligada; sin embargo, Rushdie no lo desarrolla más que una sola vez, al final de la novela, cuando Rashid incluye a su repertorio un cuento llamado Harún y el Mar de las Historias y cuyo inicio es exactamente igual al de la primera página del libro. Dicho de otra forma, la historia ahora es una extensión de ellos mismos.
Todo viaje iniciático necesita de un guía, aunque algunos pueden gozar de tener dos, como en el caso de Harún. Por una parte, Iff el Genio del Agua ayuda al personaje principal a comprender aspectos de ese otro mundo donde se generan las historias; mientras la que Abubilla Butt, una máquina en forma de pájaro que se comunica a través de la telepatía, no sólo cumple la misma función que Iff, sino que sirve como medio de transporte para cruzar todo tipo de fronteras.
En el mundo árabe, la abubilla simboliza el ave del Rey Salomón por su singular plumaje, o sea, una cresta que simula una corona. En las historias iniciáticas, como la de El Simurgh, El Rey de las Aves, “transmite las órdenes del rey y revela los secretos del tiempo y la eternidad”, además de que sirve de guía en el viaje (místico) que las aves toman hacia el Monte Kaf, como bien apunta la Mtra. Carmen Armijo en su libro Fábula y Mundo (UNAM/IIFL, 2014).
Pareciera que las constantes referencias al mundo árabe por parte de Rushdie son un intento de reivindicación tras haber desairado a toda una comunidad con Los versos satánicos, pero no es así. El autor se muestra como árabe a nivel cultural, como parte de una tradición que le es propia gracias a su nativa Bombay, pero se mantiene firme en su crítica hacia Islam cuando compara esta religión con el culto que encabeza Khattam-Shud, rey de la tierra de Chup y el villano de esta historia, donde el silencio y la sumisión son un objetivo. Baste recordar que la traducción de Islam es, precisamente, sumisión.
En contraparte, la política de diálogo que mantienen en Gup, y que es descrito como caótico, le sirve a Salman Rushdie para expresar su punto de vista sobre la importancia del ejercicio de la palabra, algo que se le intentó negar en su momento y por el que sigue en pie de lucha aunque no sea él a quien censuran. Para él, el diálogo permite el intercambio de opiniones donde las discrepancias crean fuertes lazos, mientras que el silencio desemboca en flaqueza de ideología y traición.
“¡Vaya un ejército! –pensó Harún– Si los soldados de la Tierra se comportaran de esta manera, en el momento menos pensado se encontrarían ante un consejo de guerra.”
–Pero pero pero ¿de qué sirve dar libertad de expresión a una persona si luego le dices que no puede utilizarla? –dijo Butt–. ¿Y no es el Poder de la Palabra el mayor de todos? Entonces debe ejecutarse plenamente.
Desde esta perspectiva, Harún y el Mar de las Historias puede leerse a la luz de la autobiografía, donde Salman Rushdie es Rashid Khalifa y la narración la oportunidad de sobreponerse a las represalias islámicas. Una novela que sólo es posible gracias al amor hacia su hijo y la necesidad de demostrar que la presencia de la palabra es fundamental para cualquier persona que desee formarse una identidad y crecer. Una lectura que está enfocada al público infantil, pero que nutre a cualquier adulto.
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