“Tienen tantas formas de decir te amo, me encanta”: Dido cumple deuda de 20 años con México
“¿Dido sigue viva?”, preguntaron muchos con cejas arqueadas, burla y sorpresa cuando se anunció el primer concierto en tierras mexicanas de la cantante británica. Dos mil diecinueve finalmente marcó su primera visita nuestro país en toda su trayectoria, año que, en consonancia, le dio también a su álbum debut, No Angel, su vigésimo aniversario, disco que cimentó su éxito global a inicios del milenio y que, sin duda, estableció también los inicios de su fandom mexicano. Los enamorados nacionales de Dido, como los extranjeros, cayeron prendados desde hace dos décadas por su hipnótica voz que aun tiempo suena melancólica y llena de esperanza; una musa del Parnaso británico que le canta a los desdichados, a los ausentes, a los tercos, a los tristes, con una tesitura tan dulce y evocativa como las cuerdas de un violín que llora al ser frotado con un arco.
La respuesta es sí. Dido sigue viva a sus 47 años y veinte años después de su hits de No Angel, ahora con un hijo de 8 años y un nuevo disco, Still On My Mind, que llegaría en marzo de este año un lustro de ausencia, periodo casi cabalístico, numerológico y místico en la carrera de la intérprete, quien se ausentó también por la misma cantidad de tiempo de 2008 a 2013.
La carrera de Dido pareciera modesta para muchos, digna de un “one hit wonder” para otros. Su debut de 1999 fue estratosférico, volátil, raudo, seguido por una continuación discográfica igual o más poderosa en Life For Rent. La fundación de su éxito fue su aparente imagen austera, su producción cuidadosa, su rostro tierno, pero también la pulcritud en sus canciones, sus letras tremendamente románticas, casi bucólicas. En cuatro años, Dido ya era un fenómeno mundial de la música pop, un pop meloso, aterciopelado, pero sofisticado. Calmo, pero resonante. Una Adele de su tiempo, menos grandilocuente, pero igual de épica.
Y en ningún momento de esos años, Dido volteó sus ojos a México. Ni a Latinoamérica. Sólo ella sabrá porqué tardó tanto en visitar a un público que desde el día uno quiso corear al unísono con ella los versos de “Here With Me”: I won’t go, I won’t sleep, I can’t breathe, until you’re resting here with me...
Veinte años de espera y cinco álbumes después, la homóloga de la Reina de Cártago, tocó finalmente suelo capitalino. Tras su paso por otros foros latinoamericanos en Brasil y Argentina, Dido llegó a la Ciudad de México el sábado 9 de noviembre. “Ayer estuve recorriendo la ciudad y vi su celebración del Día de la Muerte [sic] y es hermoso, y fue una manera muy especial de recordar a mi padre”, confesaría la noche siguiente, la del 10 de noviembre, durante su presentación en el Auditorio Nacional, aludiendo a la dolorosa pérdida de su padre que experimentó en 2006 y que impactaría tremendante su trabajo y composición de su tercer disco Safe Trip Home, alejándose de los escenarios por la dureza del material, eligiendo no hacer gira aquella vez.
Por todo ello, la noche de ese segundo domingo de noviembre de 2019, desde el comienzo, tuvo un aura de reconciliación, de optimismo, entusiasmo e incredulidad. Finalmente la intérprete de éxitos dosmileros como “Thank You”, “White Flag” y “Life For Rent” llegaría a México, con un legado de veinte años de paisajes sonoros intimistas, colmados de entrega, añoranza y poesía. Una deuda antiquísima que debía saldar. Toda una vida esperando por ella.
La encargada de abrir la noche fue su compatriota Sonia Stein, que con un modesto set de luces, su tecladista y una voz asombrosamente madura, calentó los ánimos a fuego lento con un acto de synth-pop y toques de R&B. La actuación de la joven londinense duró poco más de media hora. Se mantuvo sucinta en su interacción con el público, casi tímida, pero convencida de su voz y sus beats shazameables. “Por favor, vayan y escuchen a Sonia Stein, tiene la voz más hermosa…”, la ratificaría Dido más tarde durante la noche.
Después de media hora más de espera y un par de minutos pasados de las ocho, el Auditorio se fue a negros. La banda de Dido desfiló por el escenario acompañados de palmas y silbidos, mientras las telas colgantes detrás, que hicieron las veces de pantallas, reflejaban un juego de luces verdiazules. Los sintetizadores y riffs eléctricos compondrían entonces un juego sonoro que serviría de introducción a los primeros acordes de “Hurricanes”, el primer sencillo del álbum regreso de Dido que recordó a aquella incipiente estrella de inicios del dosmil, con vocales largas y palpitante tristeza. Así, Dido apareció en el escenario, como si nada, como si siempre. Sonrió, tomó el micrófono, tomó la guitarra y cantó.
Siguió con otra canción de Still On My Mind, “Hell After This”, para después dirigirse finalmente al público que clamaba su nombre y que no contuvo la energía acumulada por veinte años.
“Como saben, es mi primera vez aquí, así que quiero darles las gracias; tengo tiempo de compensarlos con algunas canciones viejas”
Enunció la juglaresa británica antes de interpretar su clásico del 2003, “Life For Rent”, homónimo de aquel álbum que se convertiría en uno de los mejores discos vendidos en toda la historia del Reino Unido. Después, interpretaría su irremplazable, única y liberadora “Hunter”. La gente expandío sus brazos al son de los versos Let me go, en una catártica rendición de su éxito del 2001 que canta sobre una deseada y pretendida independencia en una relación que se ha vuelto totalitaria y “monárquica”.
El único track de su cuarto álbum, Girl Who Got Away, que llegó al setlist fue el que sirvió de primer sencillo a ese disco del 2013, “No Freedom”, elección segura y nada inesperada dada la naturaleza reconocible, cómoda y acústica de la canción que tanto representa el estilo de Dido. Curiosamente, “No Freedom” es el corte que menos refleja la identidad de aquel álbum, uno que se distinguió por un sonido mucho más orientado al dance, el electro-pop y la música disco, géneros que también retoma en Still On My Mind, pero que no alcanzan el desbordamiento y vivacidad de los temas de Girl Who Got Away. Se extrañaron algunos como “End Of Night”, “Let Us Move On”, “Blackbird”, “Love To Blame” y hasta “Let’s Runaway”, que nada tienen que ver con sus clásicos, pero que hubieran convivido bien con el segmento dance-pop que más tarde dominaría el concierto en la parte intermedia con temas como “Friends” o “My Boy”, este último, un esfuerzo más electrónico y housero compuesto en colaboración con su hermano Rollo Armstrong, quien ha sido inseparable y cardinal en la producción de sus canciones con tintes sintéticos y new age.
Mientras avanzaba el concierto, Dido comenzó a interactuar más con su audiencia, incluso intentando hablar español: "¿Cómo dicen I love You? ¿Te amo?”, anotó ella misma en nuestro idioma. La audiencia asintió. “¿Y cómo dicen, I Love You Too, como en respuesta?”. Frente a su pregunta, decenas de admiradores se agolparon en la barra de contención pegada al escenario, intentando responderle, a gritos. “Aguarden”, dijo y caminó hacia ellos, envuelta en la euforia de todo el público. “¿Yo también? ¡Ok!”, dijo un tanto insegura de su español. “Y entonces, ¿qué significa te quiero? ¿Es lo mismo? Me encanta. Tienen tantas maneras de decir te amo, eso me gusta. En inglés solo tenemos una”. La audiencia, claramente conmovida y excitada frente a la trivial, pero siempre curiosa proeza de un anglosajón hablando el idioma nacional, recibió con aplausos su mensaje. Sonaría después la canción que compuso para su padre fallecido, “Grafton Street”, en una nota mucho más sobria y melancólica.
Poco después, diría “Gracias” en español y luego, como practicando en clase , dijo “Muchas gracias… ¿así se dice no?” para después continuar “Justamente esta canción se llama así… Thank You”. Así, empezaron las notas folk y trip-hop del tema que la colocaría en el foco público a inicios de su carrera. La gente se puso inevitablemente de pie y respondían a Dido cuando ella dirigía su micrófono para que entonaran el coro And I want to thank you for giving me the best day of my life.
Una de las formas más propias, sentidas y conmovedoras en las que el público mexicano sabe expresar su algarabía, celebración y cariño por un artista es entonando al unísono el célebre y siempre querido “Cielito Lindo”. Cuando la inglesa comenzó a escuchar el naciente coro de voces mexicanas entonando el “himno” universal mexicano, no pudo evitar sonreír, sorprendida: “¿Cuál es esa canción? ¿Cómo se llama? ¿Cielito lindo?” dijo imitando el español y desatando el frenesí del público que ya llevada casi una hora en éxtasis. “¡Me encanta! Alguien mándenme un link cuando terminemos y la cantamos juntos la próxima vez…”
Para cerrar el set, interpretó una rendición apasionada de un tema al que se ha referido múltiples veces como “una canción sobre una adicción” y no una de amor como tanta gente considera o incluso, dedica: “Don’t Leave Home”. Idílica y agridulce y obsesiva; adicción, droga o dependencia, su lírica continúa siendo irremediablemente romántica y una de sus canciones más impresionantes de escuchar en vivo.
Tampoco podía irse sin cantar “Take My Hand”, la primera canción que dijo haber escrito y cuya inspiración fue “el descubrimiento del amor”. Atrás en el tiempo, en 2004, diría más bien que se trató de su primera canción que escribió después de descubrir el sexo y que se dio cuenta que sus composiciones podían atraer más chicos a su cama.
Durante la acostumbrada ausencia de minutos antes del encore, la gente encendió las lámparas de sus celulares y de pronto el Auditorio Nacional se inundó de luciérnagas artificiales. A la visión de esta marea luminosa, Dido salió y fue ovacionada de una manera explosiva, como en ningún otro momento de la noche. Por supuesto, todos esperaban ansiosos y al borde del llanto por “White Flag”, pero Dido tenía una canción más que ofrecer: “una de las razones por las que desaparecí por tanto tiempo fue porque tuve un hijo… y muchas veces pensé en componer una canción sobre la maternidad y dije ¡no! Nadie quiere escuchar eso y pensé en tirarla a la basura, pero no lo hice. Así que esta es una de esas canciones y se llama ‘Here To Stay’”. La pieza sería una adición sorprendentemente sensible a su setlist, compuesto principalmente de clásicos y cortes nuevos. Al terminar con los versos de I'm here as long as you need, When you show you're okay on your own, I'll smile and leave, la gente volvió a gritar y aplaudir en una muestra clara de gratitud por exponer un rasgo tan definitivo y trascendente de su nueva faceta como artista.
A lo largo de toda la noche, el público se había levantado y sentado, levantado y sentado, dependiendo del ánimo de las canciones o de las indicaciones de Dido. “Párense con esta y bailen”, “ahora nos relajaremos un poco”.
Finalmente, confrontada otra vez con los gritos del público, gritos que parecían haberse intensificado al máximo hacia el final de la noche quizás en señal de la canción que estaba por venir, Dido se mostró apabullada, en un buen sentido, y se llevó las manos al rostro, como en shock: “Wow, no lo puedo creer. Han sido una audiencia increíble. Yo escribo estas canciones cuando estoy a solas, en mi cuarto o en mi cocina y ahora están ustedes cantándolas aquí conmigo. Es increíble… esto es ‘White Flag’”.
El Auditorio retumbó de una manera congruente, digna y leal a esa contención y frustración acumulada de veinte años sin poder ver a Dido en vivo. Los primeros sintetizadores de su éxito más celebrado, responsable en parte de convertir a su álbum Life For Rent en un hit multimillonario, rasgaron la atmósfera del Auditorio. Después, entrarían los inconfundibles y románticos violines de la obertura de “White Flag”, para después despegar a toda velocidad emocional con la enunciación tan esperada en los labios de Dido: I know you think that I shouldn’t still love you or tell you that...
El público se entregó entero a “White Flag” y Dido dejó que fuera la audiencia quien terminara la canción, extendiendo el micrófono en la última, destructora frase: I will go down with this ship, I won’t put my hands up and surrender, there will be no white flag above my door. I’m in love and always will be.
Y así, con una reverencia final y las luces del Auditorio Nacional encendidas, Dido concluyó su gira por Latinoamérica y su hito histórico de tocar suelo mexicano. La esencia de su voz, sus éxitos, su aura de otra época, quedó flotando en el aire, con la misma nostalgia que la de sus canciones. Así, tal cual como jura “White Flag”, el público mexicano no se rindió. No se rindió por hora y media de concierto, como no se rindió por los veinte años de espera por Dido, manteniendo viva la esperanza, manteniendo a flote las naves, manteniendo abierta la herida amorosa que ella infligió dos décadas atrás desde que comenzó a cantar My tea's gone cold, I wondering why I got out of bed at all…