El automóvil, su salvaje uso excesivo y sus repercusiones

El automóvil, su salvaje uso excesivo y sus repercusiones

Todas las ciudades importantes del mundo pueden llegar a ser abrumadoras por su tamaño. Ya sea para encontrar una calle, o un local, o incluso para decidir qué zona es conveniente visitar de noche o no, y para el flujo constante de gente que hay a todas horas, hay una cosa esencial que debe funcionar a la perfección en cada gran-metrópoli, pues ésta no podría ni siquiera existir como la conocemos hoy en día sin esto. Por supuesto, estamos hablando del transporte.

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Antes de la Revolución Industrial (y por lo tanto de la explosión demográfica y del concepto actual de ciudad), era muy sencillo transportarse a todos lados a pie, pues las necesidades básicas estaban a ese corto alcance; desde ir a trabajar hasta ir a comprar el pan, pues las comunidades, tanto urbanas como campiranas eran pequeñas y vivían bajo un esquema de comercio y convivencia local. Sin embargo, desde el inicio del proceso de producción masiva y tecnologización, las ciudades se vieron en la necesidad de expandirse, por lo que la gente se vio obligada a mudarse lejos de sus lugares de trabajo, por lo que se vieron necesarios los medios de transporte masivos.

Los carruajes se venían usando desde los romanos y se continuaron usando para transportarse hasta principios del siglo XX, siendo considerados de los primeros medios de transporte público al crearse carruajes familiares, (es importante resaltar que en este artículo no estaremos tomando en cuenta trenes, barcos ni aviones, pues nos centraremos sólo en medios de transporte dentro de las ciudades) al menos hasta que surgió el medio de transporte que parecía revolucionario para la época, pero que actualmente ha traído desgracias y caos a los sistemas de transportes en las ciudades: el automóvil.

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Que el automóvil sea bueno o malo es un debate que se encendió actualmente no sólo en nuestro país, sino alrededor de todo el mundo. En sus orígenes era por supuesto un invento inmensamente conveniente y revolucionario para la ajetreada vida, principalmente en la post-guerra donde se había concebido la idea de desarrollo y del “sueño americano”,  idea que había comenzado a popularizarse tras la destrucción y el impacto de la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, el auto atrajo tal fama que se creó una especie de culto alrededor de él, y se convirtió en casi un ideal, pues el automóvil nunca ha representado en sí una necesidad (el transporte público ya existía y funcionaba para la época donde se comenzó a popularizar el auto), sino que representaba un estatus, y se convertía pronto en una extensión de uno mismo.

No es de extrañar, por supuesto, que el nivel de automóviles que circulan en las calles aumentó exponencialmente. Según datos de El Economista, en nuestro país de 2009 a 2014 los automóviles pasaron de 30.8 millones a 38.0 millones, lo que significa que el 43.5% de los hogares mexicanos tiene al menos un auto.

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Y es curioso, porque mientras una gran parte de la población mexicana se transporta en automóvil, sigue siendo verdad que la mayoría de los mexicanos no lo hace, y usa en cambio el transporte público; lo cual nos lleva a un segundo problema muy grande, que es que el transporte público (especialmente en la Ciudad de México), que es abundante, pero no es eficiente. En otro artículo de El economista, se explica que esto se debe a que el servicio no es lo suficientemente frecuente, que hay viajes demasiado largos, y sobre todo que hay poca seguridad, especialmente para las mujeres, lo cual generó que la Ciudad de México sea el triste segundo lugar en las ciudades donde éstas son víctima de acoso sexual. Por otro lado, cada vez hay más gente que decide desplazarse en bicicleta por la ciudad, y la CDMX ha sido pionera en poner instalaciones apropiadas para ciclistas, pero aún así el miedo a usar este transporte evita que mucha gente lo use para desplazarse largas distancias.

El uso excesivo del automóvil tiene muchas consecuencias negativas; no sólo a nivel urbano, sino también a nivel ambiental. Según Milenio, estos son los contribuidores número uno a la contaminación en nuestro país; y justamente se han hecho regulaciones y normas como el “Hoy no circula”. A pesar de esto, muchas ciudades siguen teniendo un deficiente o nulo control del tráfico y un peor transporte público, y se sigue promoviendo la construcción de infraestructura urbana que discrimina a los ciclistas y peatones, poniendo primero el interés de grandes empresas automotrices. Por parte, la contaminación de los vehículos continúa.

Foto vía Fidel Gonzalez/Creative Commons.

Foto vía Fidel Gonzalez/Creative Commons.

La solución no es simple, pues no depende sólo de exigir mejor transporte público ni mejores instalaciones para ciclistas y peatones, sino que dependería de cada uno de nosotros el rechazar el uso del auto y sus comodidades en las ocasiones que no son necesarias. Es un esfuerzo difícil, pues la tecnología y la sociedad promueven el uso del automóvil y lo hacen parecer como un derecho, el cual sería un crimen quitar a los demás; pero hay que recordar que otras alternativas como el compartir coche, el uso moderado de éste, y la idea básica de que nosotros poseemos el auto, no el auto a nosotros, son suficientes para crear un cambio positivo en la mentalidad, y para ayudar no sólo a nosotros mismos sino al ambiente.

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