'A Day at the Races' de Queen: un surtido de géneros musicales
Es Queen. Eso debería ser suficiente para escuchar este álbum. Apenas un año antes, con A Night at the Opera, Mercury, May, Deacon y Taylor habían cambiado el destino de la música, gracias a la sorprendente mezcla de voces experimentada en "Bohemian Rhapsody" y el impacto visual logrado en su respectivo video musical. Por la portada y el título, A Day at the Races se comprende como una secuela lógica, pero… ¿alcanzó los mismos resultados?
Aunque etiquetar a Queen es ocioso, por la cantidad de géneros que abarcó ―desde heavy metal y rock progresivo, hasta vals y bolero―, a grandes rasgos y para fines prácticos, podría colocarse junto a la generación de bandas de glam rock que repercutió en el llamado glam metal de la década de los ochenta: T. Rex, The Sweet, Slade y hasta el mismo Bowie, con sus vestimentas andróginas y peinados cuidadosamente alborotados en el aspecto visual, más un sonido desenfadado, apoyado en riffs rockeros y coros infecciosos, tuvieron eco en bandas como Twisted Sister, Poison y Quiet Riot.
Podría pensarse que con el éxito del álbum anterior, A Day at the Races se apegaría a la misma fórmula (es lo que la mayoría hace, ¿no?); sin embargo, el cuarteto se encontraba en una etapa muy inquieta de experimentación, y a través de las diez canciones de este álbum consiguen sorprender a quien lo escucha por primera vez. No está de más recordar de paso, que en la discografía de Queen de la década de los setenta era frecuente ver impresa la leyenda "No synthesizers", en una manera de enfatizar que toda su música era producida por instrumentos reales.
El sencillo más famoso, "Somebody to Love", vuelve a recurrir a las voces armónicas, pero esta vez no como ópera, sino con un brillante tinte de gospel, en una plegaria al cielo para encontrar al ser amado; "Good Old Fashioned Lover Boy" es una pieza de música de cabaret, mientras que "Drowse" tiene el sonido muy particular de Roger Taylor, más ubicado en el terreno del glam.
Desde luego, están presentes los característicos riffs de guitarra metaleros de Brian May, como en la abridora "Tie Your Mother Down", pero hasta estos adquieren tratamientos distintos, ya sea en la mezcla de heavy metal con vals titulada "The Millionaire Waltz", o en la oscura y densa "White Man", un pesimista enfoque sobre la invasión del hombre blanco al territorio norteamericano. Por supuesto, tantos saltos estilísticos no hubieran sido posibles sin la soltura y desinhibición de Freddie Mercury, quien admiraba a artistas tan diversos como Little Richard y Liza Minelli.
En sí, el álbum constituye un trabajo muy digno, y si acaso hay que criticarle algo, es la caída anímica en las baladas "You Take My Breath Away" y "Teo Torriate". No es que estén mal, sólo que duran demasiado (entre las dos superan los once minutos). Este detalle le quita las cinco estrellas; aún así, los puntos altos de A Day at the Races son suficientes para escucharlo con placer y admiración.