Amor: de la destrucción y la creación
El amor tal y como lo entendemos en el siglo XXI es el resultado de un larguísimo proceso de transformación y renovación, desgraciadamente también de clichés y conductas obsesivo-compulsivas que desencadenan en la catástrofe del yo o en hechos funestos que afectan (física o emocionalmente) a terceros. Actualmente, se debate intensamente sobre la nefasta impronta del “amor romántico” y se busca equilibrar la balanza en el terreno afectivo y en muchísimos otros territorios de la esfera psico-social.
Desde hace siglos, diversos personajes han divagado en torno a la esencia del amor, las artes (pintura, literatura, cine y música) están impregnadas de discursos que hacen referencia a uno de los más nobles sentimientos que puede expresar el ser humano, pero ¿qué pasa cuando este sentimiento se torna una fuerza destructiva (tanto en la ficción como en la vida real), en una pasión irrefrenable que detona tragedias y dolores inaguantables? Freud asociaba con el amor a las dos pulsiones fundamentales de la vida: Eros (la vida, el amor) y Tánatos (la muerte y el crepúsculo), dualidad que se encuentra en batalla permanente, pero vayamos por partes.
La (actualmente) odiada media naranja. De acuerdo con El Banquetede Platón, se plantea que en el principio de los tiempos existía un ser andrógino con cuatro brazos, cuatro piernas, dos fisonomías, unidas a un cuello circular y perfectamente semejantes, este ente (que se dividía en tres especies: hombre-hombre, mujer-mujer y hombre-mujer) tuvo la osadía de desafiar a los dioses del Olimpo. Ante tal afrenta, Zeus optó por una condena terrible: separar a éste ser en dos mitades, misión que encomendó al dios Apolo. Tras la separación comenzó un peregrinar oscuro y tormentoso para las mitades separadas, Platón, por medio de Aristófanes, nos dice:
Tal visión helenística, impregnó gran parte de las sociedades occidentales, la persecución de la media naranja rompió muchísimos sueños, destrozó vidas y entristeció a millones desde que se popularizó el mito.
Del amor incendiario o irrefrenable. El Siglo de Oro Español es uno de los más excelsos períodos de la literatura en lengua castellana, el amor violento, apasionado y enloquecido era un tópico común entre esta destacada generación de escritores y dramaturgos. Es famosa la frase de Pedro Calderón de la Barca que reza así: Cuando el amor no es locura, no es amor; por su parte, el glorioso y febril amante, Fénix de los ingenios, Lope de Vega no se quedó atrás con su “Soneto 126”:
Amar el daño, dice Lope, el amor ofrece vida, pero también sucumbe y termina en una catástrofe emocional, se podría decir que el amor destruye y de esta destrucción potencialmente puede nacer una creación (La destrucción o el amor, como el poemario de Vicente Aleixandre). Tema harto recurrente a lo largo de la historia del arte, ¿cómo olvidar la trágica historia de Romeo y Julieta o de los desgraciados Calisto y Melibea en La Celestina? Amar es una apuesta riesgosa, el desamor es un infierno, es una muerte en vida, tal y como lo señaló Igor Caruso (psiquiatra y psicólogo de origen ruso) en su libro La separación de los amantes. Una fenomenología de la muerte.
El idilio no correspondido o la imposibilidad del amor. El divino Dante Aligheri pasó años enamorado de Beatriz Portinari, fue su inspiración y su más grande dolor, malestar equiparable con su despiadado exilio de Florencia. Jorge Luis Borges sostiene que cuando Dante narra la visión del encuentro con los amantes furtivos Paolo y Francesca (“Infierno”, Canto V), el poeta siente un poco de envidia, ya que a pesar de estar en el infierno condenados por su lujuria (Francesca era casada), el par de enamorados posee algo que Dante no: la cercanía con el ser amado.