Un café negro, un pay de cereza y un adiós para David Lynch

Un café negro, un pay de cereza y un adiós para David Lynch

Por Regina Vázquez Eimbcke 

Recuerdo mi primer acercamiento a Blue Velvet, la primera película de David Lynch que vi. Sentada en el sillón de mi casa, me capturó la voz de Isabella Rossellini. 

Mi cerebro no podía procesar que existiera algo tan bello y extraño a la vez. Cada uno de los personajes, raros y sensibles, de alguna manera me hacían sentir que podía relacionarme con ellos. Después de ver esa película decidí adentrarme en su mundo: Mulholland Drive, Eraserhead, The Elephant Man, Inland Empire, Wild at Heart y su versión de Dune. Pero lo que más me marcó fue ver Twin Peaks por primera vez.

Ayer se confirmó la muerte de Lynch a los 78 años. “Con profundo pesar, nosotros, su familia, anunciamos el fallecimiento del hombre y el artista, David Lynch. Agradecemos privacidad en este momento. Hay un gran vacío en el mundo ahora que ya no está con nosotros. Pero, como él diría: ‘Keep your eye on the donut and not on the hole.’ Es un día hermoso, con cielos despejados y un sol dorado”.

El cineasta, quien había anunciado en 2024 que padecía enfisema pulmonar tras años de fumar, dejó entrever en entrevistas que dirigir de manera tradicional sería complicado debido a sus problemas de salud: “Apenas puedo caminar por una habitación”, confesó en noviembre, comparando la sensación con “tener una bolsa de plástico en la cabeza”. Según reportes, su salud se deterioró aún más después de ser evacuado de su casa por los incendios forestales en Los Ángeles.

Antes de encontrar a Lynch llevaba una vida viendo series. Algunas habían capturado mi atención y me encantaban, como Girls o Breaking Bad, pero Twin Peaks fue diferente, algo que nunca había visto. Desde la icónica canción de entrada de Julee Cruise hasta el misterioso ambiente que resulta en una serie tan deliciosa visualmente, como indescifrable en su lectura inmediata. 

Pienso que Lynch tenía el poder de hacer que las películas se sintieran como si las hubiera hecho específicamente para cada persona que las ve, sin importar quién son. Sus historias están llenas de secretos que se revelan poco a poco, con cada proyección. Por eso las siento tan personales, es como si Lynch me estuviera contando esos secretos a mi, como si hubiera dirigido esas películas para mí. 

En sus cintas se plantean misterios que nunca terminan de resolverse y encontramos personajes icónicos e irrepetibles como el agente del FBI Dale Cooper o la infiltrada Audrey Horne, que tuvieron el poder de convertirse en referentes para muchas generaciones de televidentes que con ellos aprendieron a involucrarse profundamente, analizar subtextos y crear teorías. 

Creo que David Lynch es el director favorito de todas las personas en algún punto de sus vidas. Es una etapa que abre los ojos a mundos que jamás imaginamos.

El crítico de cine Marr Zoller Seitz lo define como un reacomodo de cerebro : “David Lynch rearranges your brain”. Zoller Seitz escribe que Lynch exige que lo aprecies bajo sus propios términos, casi siempre intuitivos y desconcertantes. Y eso es parte de lo que lo hace único: no entrega historias tradicionales con respuestas claras ni una estructura convencional. En su lugar, te pide que confíes en tu intuición y te dejes llevar por las emociones y sensaciones que genera.

Twin Peaks: The Return es un gran ejemplo de esto. No es solo una continuación de la serie original; es una experiencia diseñada para romper con lo que esperas de la televisión. Lynch nos saca de la comodidad de las narrativas lineales y predecibles para enfrentarnos a un mosaico de imágenes, sonidos y personajes que parecen no tener conexión inmediata entre sí. Sin embargo, esa desconexión es intencional: nos obliga a prestar atención, a reflexionar y a vivir cada escena como un fin en sí mismo.

El cine de Lynch fue como un amigo que siempre estuvo ahí. Me acompañó en momentos de bloqueo creativo, en días felices, en días tristes… siempre tenía algo que decirme, algo que me hacía sentir menos sola. Sus películas y series son raras, confusas, incluso un poco locas, pero dentro de todo ese caos hay algo que te hace sentir que hay más significado de lo que parece. 

Lynch tiene esa magia: logra que nos importen cosas que no entendemos del todo, y eso es súper real porque, al final, así es la vida. 

Ver una película de Lynch es como entrar en un sueño que no terminas de entender pero que se te queda en la cabeza. Están llenas de detalles que no siempre notas a la primera, pero ahí están, esperando que los descubras en cada rewatch. Esa es su magia: puedes verlas una y otra vez y siempre encuentras algo nuevo. Aunque sea una serie, Twin Peaks es el mejor ejemplo. No importa cuántas veces la vea, siempre aparece algo que no había notado, misterios que siguen ahí, sin resolver, pero que no dejan de atraparme. Lynch tenía ese don de conectar con lo extraño y con lo profundo, y creo que por eso siempre fue tan importante para mí.

Nunca fue un artista irónico. Todo lo que hacía, lo hacía con amor que se notaba. Una vez Twin Peaks no solo marcó un antes y un después en la televisión, también se convirtió en un fenómeno cultural. Fue pionera en introducir narrativas más complejas, oscuras y misteriosas en un medio que, hasta ese momento, estaba dominado por fórmulas mucho más simples y predecibles. Desde su atmósfera inquietante y estética cinematográfica hasta los giros inesperados en la trama, Twin Peaks abrió la puerta a series que buscaban ser más audaces, tanto visual como narrativamente.

El impacto fue tal que su influencia se puede rastrear en proyectos como The Sopranos, Lost o incluso Stranger Things. Pero más allá de eso, Twin Peaks creó una base de fans apasionados que no solo querían descubrir quién mató a Laura Palmer, sino también sumergirse en los misterios más profundos y extraños del universo de Lynch. Fue esa combinación de innovación y conexión emocional lo que la convirtió en un fenómeno que aún resuena décadas después.

Lynch también tenía una devoción por la música. Para él, el sonido era tan importante como las imágenes. Siempre decía: “El cine es imagen y sonido, 50/50”.  Esa idea está en todo lo que hizo, desde los drones oscuros de Eraserhead hasta las baladas de Roy Orbison en Blue Velvet y Mulholland Drive, pasando por la voz suave de Julee Cruise en Twin Peaks. La música no era solo un acompañamiento, era parte esencial de sus historias.  Aquí entra Angelo Badalamenti, su colaborador de siempre. Juntos crearon piezas que no solo iban con las escenas, sino que las llenaban de vida. 

El tema principal de Twin Peaks, por ejemplo, es pura magia: captura esa mezcla de misterio y belleza que define todo el mundo de Lynch.

Lo que más me gustaba de Lynch era que no sentía la necesidad de explicar su arte.  “Una película debe valerse por sí misma. Es absurdo que un cineasta necesite explicar lo que significa”, dijo. “El mundo de la película es un mundo creado, y para la gente que entra en él, es real”. Lynch confiaba en que su público podía entender más de lo que pensaba, que no era necesario explicarlo todo: “El cine, como la música, puede ser muy abstracto. No necesitas traducirlo en palabras, solo tienes que sentirlo”.

Dijo que las ideas se deben escribir de tal manera que, cuando las leas de nuevo, regresen completas. Ese fue uno de los mejores consejos que alguien podía dar, y sentí como si me lo dijera directamente a mí.

Durante la pandemia Lynch se convirtió en mi compañía. En esos días inciertos, comenzó a publicar pequeños videos en su canal de YouTube llamados Weather Reports. En ellos simplemente compartía cómo estaba el tiempo desde su casa en Los Ángeles: “Hoy es un día soleado y agradable, con cielos despejados y temperaturas de 22 grados”, decía con su voz calmada y pausada. Era algo tan simple, pero increíblemente reconfortante.

En medio del caos, esos reportes ofrecían un momento de serenidad, como si Lynch me quisiera recordar que, sin importar lo que estuviera pasando en el mundo, el sol seguía saliendo cada mañana.

Más que una descripción meteorológica eran un gesto íntimo, casi familiar, que me hacía sentir que no estaba tan sola. Algunas personas me han dicho que Lynch también fue su compañero pandémico gracias a esos videos. No era solo un director en esos momentos; se convirtió en un amigo distante que, a través de la pantalla, nos daba un respiro y nos recordaba que la vida continúa, un día a la vez.

El mundo sin David Lynch se siente diferente, más vacío. Pero él mismo decía: “Creo que la vida es un continuo, y nadie muere realmente. Solo dejamos el cuerpo físico, y todos nos volveremos a encontrar. Como dice la canción, es triste, pero no devastador si lo piensas así... Todo estará bien al final de la historia”. 

Así que, en su honor, vayan por un pay de cereza, tomen un café negro (a damn fine cup of coffee), fumen un cigarro y vean alguna de sus películas. Por siempre David Lynch. Estos días no hay lentes negros porque el futuro ya no luce tan brillante sin ti.

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