La belleza terrible de SUUNS y la luminosidad de su disco The Breaks
Por Raquel Miserachi
Hay una discreción histórica en los músicos canadienses que siempre me ha parecido tan adorable como sospechosa. Sin importar su nivel de fama, Justin Bieber, The Weeknd, Shania Twain y Alanis Morrissete, podrían pasar por ciudadanos estadounidenses en el imaginario colectivo, hasta que en una conversación irrescatable, algún listillo inadaptado revele su identidad secreta al soltar un dato curioso que nadie necesitaba.
Hay un dejo de desfachatez bienintencionada en la identidad canadiense que no encaja con la arrogancia que implica la fama de la celebridad norteamericana. Niel Young y Leonard Cohen, dos íconos de culto que con el tiempo se han convertido en celebridades respetables, se mantuvieron al margen de las excentricidades y sostuvieron siempre sus principios inamovibles y su fachada de bajo perfil.
No es porque Young sea un hippie o porque Cohen haya sido introvertido. Es porque son canadienses. Basta con detectar la relación entre Arcade Fire, Celine Dion y Drake para descubrir que lo que tienen en común además de la cursilería, es la nacionalidad. Lo mismo pasa con sus grandes ciudades. En Canadá, la naturaleza impone su grandeza por encima de la vida humana, y esto resulta en una humildad tácita que forzosamente moldea la cultura, y el refinamiento pasa a un plano secundario.
Bajo su aparente sofisticación desde el ojo global, Montreal tiene pocas pretensiones, y francamente, por más que sea la ciudad de origen de MUTEK, también es la del Cirque du Soleil. No es tan exquisita ni cosmopolita como la Nueva Berlín, antes conocida como el DF, hoy la renombrada CDMX.
Más asombrosa por el río Saint Laurent que la bordea, y por su sometimiento a los inviernos de -30°C y sus veranos de 38°C con una humedad que se puede cortar con un cuchillo, la Isla de Montreal tiene su propia Notre Dame, bien gótica, como la de París. Está llena de grandes parques públicos para perderse por horas, alberga festivales internacionales de música, es la sede de reconocidas compañías de teatro y de danza y es fuente de excelentes bandas oscuras como Cola, Godspeed You! Black Emperor, y Timber Timbre.
Pero lo que más me gusta de Montreal son los Fairmont Bagels, sus naves industriales gigantescas abandonadas en el Puerto Viejo a la orilla del río, y SUUNS, la banda de la que debería estar hablando, pero precisamente por la modestia implícita en su identidad nacional, no es una banda que da mucho de qué hablar en aras del entretenimiento.
En 2009, el cuarteto que componía a SUUNS entró a los Breakglass Studios con Jace Lasek de los Besnard Lakes que produjo y grabó su primer álbum, Zeroes QC (2010). Los Ceros de Quebec, un equipo de hockey imaginario, compuesto de perdedores sin filo en los patines ni músculos en el cuerpo.
Ese primer disco está lleno de sobresaltos. Ben Shemie canta con los ojos cerrados. De su boca salen trabalenguas cacofónicos que podrían ser tartamudeos, o estornudos. Sus manos se doblan y sus brazos se tuercen. Todo su cuerpo se contorsiona en una tensión provocada por la música, que está llena de convulsiones. De una manera extraña, se puede bailar con ese disco.
Ahí, en donde se atora un loop en el sinte, entra un ritmo en la batería constante de Liam O'Neill que sienta las bases de un beat para bailar. Eventualmente los alcanza el bajo de Joe Yarmush, que con tres notas hace la sombrita perfecta para empezar a raspar el zapato, y finalmente una guitarrita histriónica que a veces grita histérica y a veces se queda quieta. Una característica de SUUNS es la contención, un elemento que usan como uno más de sus instrumentos. El Zeroes QC los llevó al SXSW, al Primavera Sound y a una docena más de festivales internacionales. Fueron curadores invitados del Sonic City Festival en Bélgica y tocaron en el All Tomorrow 's Parties por elección de The National.
El disco que los llevó al reconocimiento inminente de la prensa internacional fue el Images du future (2013), su segundo lanzamiento, y el más popular de todos.
Hay una premonición involuntaria en esta ventana dibujada en una ficción de diez canciones hacia el futuro. No tiendo a recurrir al pensamiento mágico y no soy supersticiosa, pero en estas imágenes del futuro, SUUNS anuncia entre frases cortadas por los titubeos de Shemie que viene algo que se siente y que no hay mucho que hacer al respecto, que la música no te salvará, que las ciudades contemporáneas no son un lugar seguro.
Con sus paisajes mecánicos, sonidos espeluznantes y ritmos electrónicos fríos, la banda genera una atmósfera de inquietud con énfasis en la inestabilidad política y ambiental. Una sensación de aislamiento y distancia, en referencia al efecto de la tecnología en la alienación social.
Es un disco que presenta el futuro, como uno más distópico que esperanzador. La canción más conocida de este disco, y la más representativa de la banda, lleva por título “2020”, y si esa no es una sentencia premonitoria, no sé qué es.
Después del éxito comercial, el reconocimiento de la prensa y la crítica, en un acto típicamente canadiense, más introspectivo que capitalista, SUUNS lanzó un disco con Jerusalem In My Heart, un dúo audiovisual con base también en Montreal. El disco, compuesto por las fortalezas de cada proyecto, se grabó en una semana unos años atrás y se publicó en 2015.
El resultado es una mezcla de un drone oriental, la voz árabe de Radwan Ghazi Moumneh, los arpegios del teclado y las guitarras incisivas de SUUNS. La propuesta salió tanto de los márgenes del rock comercial, que entró en el terreno de la música de corte más experimental, y terminaron tocando en los mismos carteles que la acordeonista Pauline Oliveros, el italiano de los sintes de NIN Alessandro Cortini, y el guitarrista de avanzada Patrick Higgins. Este experimento marcó el curso de lo que vendría más adelante en el trabajo de la banda. Menos cacofonía, más monotonía. Menos convulsiones, más pausas. Menos canciones de dos minutos, más canciones de ocho.
En un sumergimiento a los pasajes subterráneos de la ciudad de Montreal, su disco Hold/Still de 2016 es una doble sugerencia a detenerse tanto en la suspensión, como en la quietud. Como si la experiencia de alargarse en el tiempo fuera un nuevo estilo de vida. Para sobrevivir a las temperaturas extremas de la ciudad, hay pasajes largos debajo del asfalto para transitar sin morir en el intento. En esta ocasión, la temática se mueve hacia un territorio más emocional y existencial que política y social. Más hacia adentro que al exterior.
Las tensiones todavía están ahí, pero más allá de plasmarlas en el sonido que cada vez está más contenido en señal de introspección, las llevan al concepto de la seducción, del deseo y la sexualidad. En álbumes anteriores había un sentido de urgencia que explotaba eventualmente. En Hold/Still, mantienen una intensidad consistente, más restrictiva y contenida, que resulta en una oscuridad más minimalista y melancólica.
Para la grabación de Felt, su álbum de 2018, regresaron a su adorado estudio en el barrio de Mile-Ex donde grabaron su debut, Zeroes QC, y resultó en un acto liberador en todas direcciones. Si el álbum anterior sugería enterrarse en las entrañas propias, este es una despedida de la etapa más oscura y restrictiva. Representa un cambio de curso hacia la liberación, la espontaneidad y la libertad, con un sonido más juguetón y táctil que invita a los oyentes a moverse de nuevo, como en el primer disco.
Si bien sigue siendo experimental y con muchas capas de pelusa, el álbum es más accesible y optimista, y se centra en las experiencias sensoriales y físicas, en lugar de ahondar en los temas psicológicos del pasado.
Las visiones de un futuro distópico los alcanzaron y les mordieron el cul0.
En 2020 estalló la pandemia de COVID-19, y Quebec fue la provincia canadiense con restricciones más estrictas y aislamientos más prolongados. Su álbum The Witness de 2021 reubica al vidente del futuro de años atrás en el momento de la acción y lo convierte en testigo. Lo que hicieron con este disco fue observar, escuchar y estar presentes en el momento en el que sucedieron los hechos como el resto de los humanos en el mundo, que tuvimos que cerrar la puerta de nuestras casas y mirar al mundo desde la ventana, o peor, desde la pantalla.
En un mundo en el que no se puede tomar acción, lo único que queda es observar en silencio, con la boca cerrada y tapada con un pedazo de tela. Este disco es más lento y prolongado que los otros, más inclinado a la auto-consciencia y a la resistencia tanto propia como en el sonido. Si una de las constantes en SUUNS era provocar ansiedad e incertidumbre con un sonido amenazante y paranóico, con este disco le conceden al escucha que los peligros están afuera, y en el sonido pueden encontrar algo de calma.
The Breaks es un disco que suma el carácter distintivo de cada uno de sus álbumes anteriores. La portada es un mosaico de imágenes que podrían haberse tomado en distintas etapas de la banda, y juntas forman esta nueva propuesta que sin duda es una suma de todas las antiguas. Hay algunos momentos contemplativos como el punto de desvanecimiento y otros más tangibles como el pez en el anzuelo. Hay un regreso a las emociones crudas como la ira y otra vuelta a la interpretación de signos y símbolos. Cada momento de SUUNS tiene su belleza terrible y su oscuridad paralizante. Este instante atrapado en un disco es todo eso al mismo tiempo.