Tamara y la Catarina
Escrito por Israel Ruiz Arreola, Wachito
Cineteca Nacional
México-España, 2016, 107 min.
La representación de personajes socialmente desfavorecidos en el cine corre el riesgo de convertirse en un remedo, o peor aún, una caricatura explotadora de la realidad fuera de la pantalla. La línea es delgada, pues de Los olvidados a la pornomiseria hay un sólo un paso definido por el respeto, la intención de la obra y la capacidad del cineasta. Lucía Carreras con Tamara y la Catarina lo hace muy bien, a pesar de las apariencias que arrojaría una sinopsis escueta. Una mujer con discapacidad mental y una anciana quesadillera en una colonia de bajos recursos podrían parecer los ingredientes perfectos para un drama lacrimógeno de proporciones telenoveleras. Pero nada más alejado de la realidad. Se trata de un relato protagonizado por seres marginalizados por la vida que, dentro de una reconstrucción fiel de la cotidianidad urbana de la Ciudad de México, cuenta una historia de múltiples matices sin condescendencia, pero con profundo interés y sensibilidad hacia sus personajes.
El segundo largometraje en solitario de Carreras está marcado por la soledad. Tamara es abandonada a su suerte por su hermano, y Doña Meche es olvidada por sus hijos. El secuestro inconsciente de una bebé por parte de Tamara, las forzará a convivir más de la cuenta conduciendo así la narración hacia la solidaridad, especialmente por parte de la anciana, quien terminará por convertirse prácticamente en cuidadora de dos niñas. En oposición a ellas, la película también da cuenta del nudo de burocracia con el que operan las instituciones gubernamentales y la policía, así como la falta de sensibilidad con la que convivimos en una ciudad como ésta. No es crítica social, es simplemente el retrato de nuestro día a día.
Hay que destacar las actuaciones de Ángeles Cruz como Tamara y Angelina Peláez como Doña Meche, sobre quienes recae todo el peso de la película. Lucía Carreras consigue sustraer de ellas la naturalidad y la emoción que deben provocar sus personajes, en una puesta en escena que verdaderamente transmite al espectador la marginalidad e invisibilidad en las que viven.