Una inmersión en las soluciones prácticas del ‘habitante común’ para atisbar el poder cultural que poseen dichas soluciones, entendidas social y económicamente como actos de supervivencia, fuera del mercado o la especulación de clase, que por sí mismas poseen un valor más natural y lógico. Cosas sencillas que se remontan a prácticas tan ancestrales como la agricultura o la recolección de objetos que forman parte de otra clasificación por estratos de la cultura popular. Esas prácticas que le dan valor a un objeto por su significado utilitario, no por su material o su belleza, que resultan tenerla. Se muestra el nivel de abstracción que existe en el imaginario colectivo para sintetizar, en un gesto, un significado, un juego de palabras, el valor que poseen los objetos de uso cotidiano como generadores de conocimiento y posibilidades de trascendencia; y con ello se elaboran piezas que poseen un alto grado de abstracción también, aunque el significado pase por un proceso de ambiguación, sin ser políticamente correctos, para dotar de un valor poético a dichos objetos. En dichas prácticas, estos personajes, que en algunos casos son omitidos para acentuar más su influencia, son los cultos. Y ponen a prueba las nociones de confort, belleza, gobierno, paz y sociedad.
Esto demuestran las exhibiciones de la Sala de Arte Público Siqueiros, institución que ha mantenido su carácter crítico, de perspectiva social, y de apertura ideológica, con fines estéticos, sin dejar de lado cierto nivel de denuncia. En sus exhibiciones ha podido convocar artistas que, según su contexto, son capaces de incursionar en las distintas capas que construyen la identidad de una comunidad para extraer aquello que significa una posibilidad de existencia alterna a la predominante, dirigida por las políticas de mercado, muchas veces disfrazadas de políticas públicas y sociales. Otra vez, la SAPS, sin tener que hacer alarde, nos descubre personajes cuyo discurso es de sutil hondura, también susceptible a la interpretación. Afortunado que la actual curadora Yameli Mera nos guíe por los caminos de la etnografía y la antropología como un método, y también como proceso de los propios artistas que sustentan el valor social y crítico de su trabajo, cuyos alcances estéticos quedan plenamente determinados por la poética, el ritmo y la manufactura de las piezas.
Es la primera vez que Beatriz Santiago Muñoz expone en México sus documentos que toman algo de histórico, algo de práctico y mucho de posible. La recuperación del filme de 16mm, en su aspecto comercialmente caduco y casi artesanal, para generar sentido en sistemas de vida resueltas de modo simple. Su punto de vista es el del espectador que atestigua vidas que, bajo un modelo de pensamiento parecen rotas o incompletas; pero esconden en su estructura un nivel de satisfacción factual y amoldable. Los sujetos responden a su entorno como especies que se amoldan a la ley del más apto, sin grandilocuencias, con resultados inmediatos. Son filmes que no muestran el lado victimista de una sociedad que pareciera estar en desventaja.
Ese es el caso de MATRULLA, una pieza comisionada por la SAPS para esta exhibición y que en unos minutos plantea que para vivir sólo hace falta conocer el más noble de los oficios, saber trabajar la tierra. Podemos escuchar el regocijo del propio Siqueiros con las palabras de este personaje que cuestiona las ideas de comodidad. Sí, se puede estar cómodo ensuciándose las manos con la tierra fértil. Ello implica algo invisible que la artista reconoce, la investigación para el cultivo de las mejores semillas, algunas difíciles, algunas comunes. Esos ejemplares significan un tesoro para quien las trabaja, y ya documentado, de un valor incalculable. No está de más decir que el poder ver esta pieza en un viejo proyector del mismo formato nos obliga a combinar el carácter documental de la pieza con el sonido mecánico, analógico, de una tecnología hoy en desuso.
Moris por su parte toma las prácticas del arrabal como generadores de sentido para un espectador curioso, su aspecto residual contiene todo el acto que, tras saber la procedencia, obliga a interpretar la pieza como el gesto, el material como el elemento que genera razones para explicar un comportamiento. Visto desde la clase normalmente llamada culta o erudita, da una lección de sencillez al saber que lo que está plasmado en un lienzo es mero polvo, cerveza o sangre, después de horas, o minutos, de haber cumplido la función de suelo. Si bien nos preguntamos el porqué no volteamos al cielo más a menudo, Moris nos obliga a apreciar el suelo, sus residuos, sus resultados, y sus formas.
Otras piezas de Moris nos hacen cuestionar nuestras prácticas de supervivencia y permanencia, casi son habitables, para por un segundo otear, literalmente, en las prácticas del rapaz, del ilegal, el indigente, el invisible, el abyecto.
La intervención de fachada, también por Moris, es una provocación directa, porque hace uso de emblemas cuya función o significado es meramente ornamental, aunque muchos dotamos de identidad. Banderas quemadas, corroídas y corrompidas que advierten el destino de todos y cada uno de esos pedazos de tela atesorados en escuelas, instituciones y oficinas. Moris sólo aceleró el proceso de desgaste físico, el significado ya lo estaba.
Esto pretendía ser un texto critico, hemos elegido escribir una declaración de amor, ya que podemos intuir una nueva etapa de la SAPS, y esperemos no estar equivocados. Porque históricamente el amor pocas veces logra superar la decepción.
La Sala de Arte Público se encuentra en Tres Picos 29, Polanco. Página Web Twitter Facebook
Vía Radiodreamer
Fotos cortesía SAPS