Rodolfo Ponce Montero: la intimidad y el diálogo del piano
Francisco García Ledesma (de pie a lado izquierdo) y Rodolfo Ponce Montero reciben una ovación en el Templo de la Compañía de Jesús Oratorio San Felipe Neri
Desde el órganum medieval, principio de la polifonía en cuartas, quintas y octavas, la música se convirtió en el diálogo de dos frecuencias que construyen el principio básico de toda obra: tensión y distensión. En el Templo de la Compañía de Jesús Oratorio San Felipe Neri, Rodolfo Ponce Montero construyó tres discursos distintos bajo este canon con un piano en el curso de su presentación única en la edición 50 del Festival Internacional Cervantino.
El primer acto del tríptico supuso un homenaje de homenajes entre Gerhard Muench, pianista alemán cuya obra germinó en Guanajuato y Mario Lavista, insignia de la música contemporánea en México.
La charla al piano fue entre Ponce y los dos compositores, ya fallecidos. La primera pieza fue una perla de Lavista: “Simurg”, que incluía una dedicatoria al teutón, mientras que la segunda pieza fue la respuesta para el germano nacido en Ciudad de México con su “Nocturno”.
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El segundo tercio puso la disertación sobre el público y el piano. Dos cabezas que asentían en puntos concretos del concierto, como consonancia de quien ya abrió el cofre. El secreto desde el podio de Rodolfo Ponce confirmó lo casi evidente. Eran Francisco Javier García Ledesma y Manuel Reyes, compositores de las piezas. Excepción que junta en carne y hueso al creador y al ejecutante en el mismo espacio y tiempo. Discursos enteros de gratitud con apenas un ademán con las manos: la que escribe y la que toca.
El cierre se concentró en Gerhart Muench, con una obra única: “Concert D’Hiver”, posromanticismo en pleno. Diversidad y contundencia, semilla de la música contemporánea en México: “el compositor siempre está trabajando, aunque no esté escribiendo”, dijo Rodolfo Ponce Montero, quien parece que siempre está tocando, aunque camine distante de su piano.
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