Fue el filósofo y poeta vasco Miguel de Unamuno quien acuñó el concepto de “ternura de la convivencia”. El búho de Bilbao decía que si a uno de los miembros de una pareja le amputan la pierna su contraparte sentirá en carne propia el dolor o la angustia. Por la misma razón es común que quienes han compartido muchísimos años juntos no soporten la pérdida de su pareja.
Mencioné la “ternura de la convivencia” porque estudios recientes de especialistas y desvelados médicos aseguran que el bostezo es contagioso y que, además, la rima del bostezo tiene grados o escalones. La empatía de los bostezos es más grande si el grado de afinidad de los protagonistas es superior. Dicho de otro modo: bostezamos con más frecuencia con familiares, después con amigos y, por último, con sólo conocidos. Por eso citaba el caso de los amantes persistentes: seguro que bostezaban a menudo y con una frecuencia entre uno y otro bostezo mayor que la de los meros conocidos cuya sinfonía de bostezos empáticos es computable en cero.
¿Por qué ocurren los bostezos? El diccionario avisa que los bostezos responden a situaciones de tedio, debilidad o preludio de sueño, pero también al aburrimiento. Incluso se cree que los bostezos disminuyen la temperatura cerebral y que, por lo mismo, posibilitan la emergencia del sueño. Los manuales de fisiología dicen que también los peces y las serpientes son sometidos a la inspiración súbita y prolongada y a la espiración que culmina ese acto involuntario que tanta hilaridad causa.
¿Por qué se contagian los bostezos en la gente que tiene consanguineidad o que se ama? Lo dije en el umbral de este artículo: por el sedimento o sustrato afectivo llamado ternura de la convivencia aunque, según dicen los psicólogos, también influyen en la aparición de los bostezos las neuronas espejo y una estructura del cerebro alojada en el lóbulo parietal llamada precúneo. Bienaventurada la rima de los bostezos.
Columna originalmente escrita para el Publimetro del 14 de marzo del 2014.