Papá Changó: sincretismo latinoamericano de incendiarias proporciones

Papá Changó: sincretismo latinoamericano de incendiarias proporciones

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Se puede entender por qué el público mexicano sucumbe al encanto de Papá Changó. La banda ecuatoriana de diez integrantes es una mezcla de sonidos, texturas y líricas locuaces que enardecen a cualquier aficionado del reggae, el ska o hasta la cumbia y el rock. Su presentación de esta noche en la explanada de la mítica Alhóndiga de Granaditas, ícono nacional guanajuatense, fue testigo de una transfiguración: los enardecidos asistentes se aglomeraron para convertirse en una masa vibrante y desquiciada que, a la oscuridad de un cielo nublado, se reunió para entregarse al ritmo de trompetas y percusiones latinas con desenfreno e hilaridad.

Ataviado con un sarape verde bandera con el nombre de México bordado en letras doradas, blancas y rojas, el vocalista Iván Paredes no pudo contener las lágrimas frente a la cálida y vivaracha recepción del público del Cervantino, conformado principalmente por jóvenes que se arremolinaban, empujaban y corrían uno tras otro, en una especia de víbora de la mar, azotándose contra quien se interpusiera entre ellos y su trance musical.

“Nuestros pueblos son muy parecidos. También nosotros honramos a nuestros muertos, aunque con colores menos intensos. Nosotros somos un poco más familiares y discretos, pero eso no quiere decir que no nos duela cuando también perdemos a alguien”, apuntó Iván aún conmovido. “Gracias México, su gente es hermosa, te ayuda sin esperar absolutamente nada a a cambio. Llevamos tres días aquí y ya estamos enamorados de ustedes”.

En algún momento del espectáculo, tras secarse las lágrimas, el líder ecuatoriano encendió un cirio sobre una mesa adornada con cempasúchil. Una ofrenda propia que sirvió para mostrar la colisión armónica de dos culturas latinas que comparten una misma vena amorosa. En el altar había dispuesto un disco de Papá Changó, una pieza típica de indumentaria ecuatoriana y pan de muerto: “Este es por ustedes, por sus muertos”, señaló entre alaridos de euforia y conmoción. Entonces, pidió a los asistentes que levantaran el puño en el aire, esa seña fraterna de honor, memoria y resistencia con la que tantos mexicanos recogieron, rescataron y recordaron a los suyos entre los escombros y el silencio.

Máscaras indígenas de su país danzaron en un sincretismo gozoso con los típicos cráneos mexicanos en escena. Una explosión indómita de folclor y color que se entretejió con la fiereza de cánticos de amor, locura, entrega y rabia. Para cuando Marcelo Granda, voz y trompetista de la banda, comenzó a brincar con euforia elevando su himno de “Danzón Demonio” al conjuro de Tengo un demonio, tengo un demonio, tengo un demonio adentro de mí, los asistentes ya estaban rendidos bajo su hechizo satanista en una mezcla de slam y delirio, a la luz de una luna brillante velada por las nubes.

Papá Changó es el coctel perfecto de la alquimia musical latinoamericana, una vorágine lozana y atascada de ritmos de todas partes del mundo. De pronto suenan a Panteón Rococó, a Los Fabulosos Cadillacs, Aterciopelados, Molotov y hasta Café Tacvba, no sin antes dejar su propio sello cumbiero y skato que los vuelve más que un mero simulacro sonoro. Al contrario, con 12 años de carrera, si algo dejaron claro los ecuatorianos en la XLVI edición del Festival Internacional Cervantino fue la certeza de su fuego: una Alhóndiga que volvió a arder al ritmo de la libertad y al son de la rebeldía.

Fotos por Sebastián Cervera

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#CervantinoXIbero

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