Por Tania Checchi Hace cerca de tres lustros, cuando el Teatro Metropolitan recién había resucitado para convertirse en sala de conciertos, los asistentes a una presentación de un grupo colombiano cuyo sencillo había causado estragos en la radio, tuvimos la gratísima sorpresa de encontrarnos como teloneros a una banda chilena cuya frescura, talento y originalidad opacó, y por mucho, a los frontliners de la noche. El encuentro fue tal que, en adelante, la banda austral se convirtió en un referente indispensable en el repertorio musical no sólo de la que suscribe sino de toda una generación. Sus letras, de las mejores del rock en cualquier idioma, forman ya parte de un imaginario bajo cuyo influjo somos capaces de sentir un nudo en la garganta por el destino final de un cigarrillo ahogado, de exigir una bolsa de mareo en el vértigo de un abrazo o de hacer las veces de boticarios del alma con jarabes para la tos, hojas de té y agua bendita.
Hace unas noches tuve la oportunidad de ver por tercera vez a “Los Tres” y aquella sensación de asistir a un acontecimiento musical de gran calado sin duda se repitió. En primer término, seguramente a instancias del grupo chileno, la velada se inició con una banda de claras afinidades y certeras apuestas. Los chicos de Comisario Pantera nos regalaron un puñado de temas “mod” cuyas melodías no desmerecieron en modo alguno el legado de aquellos a quienes darían paso como plato fuerte de la noche. Aún sin contar con su batería (que se estrenaba como padre esa noche) estos chicos que anunciaron a “Los Tres” como la mejor banda de Latino America, (y no sin razón) lo hicieron bastante bien.
“Camino” y “Torre de Babel” traspusieron inmejorablemente el primer umbral, el de la evocación esperada por todos sus incondicionales. La respuesta fue clara: el piso no dejaba de vibrar con sus saltos sincopados. No obstante, el tercer tema, “Cárcel, hospital y cementerio”, sencillo de su nueva grabación, encajó tan perfectamente con los anteriores y subsecuentes cortes consagrados que cualquier transición entre lo inédito y lo clásico era sólo detectable para los conocedores de la rica y larga carrera de “Los Tres”. Así de sólida es cada nueva propuesta de los chicos de Concepción. “Feria Verdadera”, “De hacerse se va a hacer” y “Lo que quieres” convirtieron la pista del Plaza Condesa en un auténtico ball room con parejas enlazadas en apretados abrazos al son de: “si hiciera todo lo que quieres, descansaría en lo que eres…”.
El interludio con María Esther Zamora y Pepe Fuentes, guardianes del folclore chileno, fue una prenda del amor profundo que esta agrupación siente por su bagaje histórico. Sin embargo, las raíces de este grupo no sólo se hunden en tierra sino en aguas nutridas por diversas corrientes y el swing, el rockabilly, el pop a lo Velvet Underground se dejan sentir en su música tanto o más que las cuecas y las cumbias. Las guitarras a lo Everly Brothers coexisten perfectamente con los compases de una Violeta Parra en el universo de “Los Tres”, ese lugar extraño en el que el surf acompaña los suicidios simbólicos ––“Tírate”, “Olor a gas” –– que nos invitan a renacer. Sus letras aceradas, muchas veces inclementes, desgranan lo que en las baladas de antaño no quedaba dicho, “secretos sordos, tesoros enfermos”. Los covers, que marcaron el cierre de la jornada, siempre van de ida y vuelta en su generosa oferta: “Aviéntame”, por citar el más emotivo, ocupó el pefecto espacio “Entre la espada y la pared”.
El estallido del sentido rotundamente asumido, "volar en mil pedazos y ser feliz", es el orgulloso patrimonio de “Los Tres”.Y porque sabemos, con ellos y gracias a ellos, que “la vida es imprecisa” la noche del 30 de noviembre nos dejamos caer en gozosa caída libre, pero tomados de la mano.