La vida después de Andy: un epílogo agridulce sobre encontrarnos… con nosotros | Toy Story 4
Cómo olvidar aquella estrujante y emotiva escena de Toy Story 3 cuando Woody, Buzz y compañía intentan escalar sin éxito una montaña de desechos triturados frente a la inminente amenaza de un incinerador de basura. Cuando todos se toman de sus manos diminutas para aceptar su fatídico destino, el último que deja de luchar contra esa marea de desperdicios y su aparente destrucción, es Woody. Su espíritu siempre ha sido de líder, optimista y tenaz, hallando esperanza y soluciones aún en las circunstancias más insospechadas, saltando de aviones en movimiento o incluso frente al rechazo de los demás. Por eso, desde el inicio, Woody ha sido el elegido para contarnos esta historia, una que ha explorado, por más de dos décadas, temas tan humanos como la incondicionalidad, el temor, la envidia y, por supuesto, las despedidas.
Esa es la magia que ha hecho que Toy Story cautive a millones alrededor del mundo por prácticamente un cuarto de siglo. De la misma forma que sus personajes atraviesan desafíos que los hacen cuestionarse su propósito como juguetes o artefactos de colección, nosotros hemos transitado momentos muy similares de transformación, abandono e incertidumbre en la búsqueda de nuestra propia madurez.
Por eso lloramos al final de Toy Story 3, cuando Andy juega por última vez con sus juguetes antes de partir a la universidad y dejarlos como legado a una nueva generación en manos de Bonnie. Un final que no habría conseguido tal resonancia en nuestras fibras sino fuera por la evolución paralela de 24 años que hemos tenido con Woody, Andy y el resto del clan desde el primer cuadro de 1995 con aquel tapiz de nubes.
Así que cuando Pixar anunció en 2014 —cuatro años después de aquel final que nos dio ese sentido de clausura y reconciliación con nuestra propia infancia—, que una cuarta entrega de Toy Story estaba en desarrollo, el rechazo fue prácticamente unánime y contundente. Un cuarto episodio dentro de una virtualmente perfecta trilogía parecía, no sólo innecesario, sino una decisión absurda y cínica de estirar una trama a latitudes improbables y potencialmente fallidas. Todo empeoró cuando un año después, el director Jim Morris describió la premisa de la secuela como una “comedia romántica” que encontraría a Woody buscando a su ex-amor Bo Peep, la pastorcita de porcelana que desapareció sin mucha explicación de la última entrega. ¿Desde cuándo Toy Story era este tipo de relato? ¿Qué más había por contar?
Pues bien… a cinco años de aquel anuncio, casi diez del espléndido final de Toy Story 3 y un par de trailers poco prometedores después, Toy Story 4 arribó a las salas de cine con filas largas, boletos agotados y una narrativa de giros impredecibles y hondas reflexiones sobre la existencia propia, reclamando su lugar como un apéndice digno de sus predecesoras.
Como ampliación de un universo, cumple. Como continuación a la historia de Andy, no. Pero ese no es su objetivo.
Desde la secuencia de inicio y hasta la escena final, Toy Story 4 nos deja en claro que su tema central es la pérdida, premisa no necesariamente ajena si consideramos que todas las películas de la saga involucran, de una manera u otra, a un juguete extraviado y un plan de rescate. Pero TS4 pretende cavar más hondo en la tesis de lo que representa para un objeto cuasi-inmortal, hecho de plástico o caucho, la confrontación con su propia caducidad y la ausencia de propósito en su existencia una vez que los niños dejan de jugar. Pero además, Toy Story 4 también confronta a Woody, ya no sólo con su incondicionalidad hacia Andy, sino con el duelo interno entre sus propios anhelos y su potente sentido de lealtad y rectitud hacia los demás.
El anunciado regreso de Bo Peep —un personaje que recordamos bien, pero que no necesariamente nos tocó al mismo nivel que el resto de la pandilla— se gana su lugar en esta historia y se vuelve un agente imprescindible para comprender los sacrificios que ha tenido que cometer Woody en pro de su “deber” como juguete. Pareciera que hasta ahora, hemos dado por hecho que la incondicionalidad de Woody hacia su niño no representaba graves consecuencias. Elegir a Andy por encima de un aparador en Tokyo o de una guardería llena de niños mocosos no sólo parecía sensato, sino noble. Pero Toy Story 4 nos presenta implicaciones aún más complejas dentro de esta determinación. Las decisiones duras, por muy bien intencionadas o “correctas” que parezcan, no se vuelven más fáciles. Relegado tras los resquicios de un armario, con una niña de tres años que no quiere jugar con él, ¿cuál es su propósito ahora?
Woody pasa la mitad de la película intentando convencer a Forky, la nueva adición a la familia —un juguete creado por Bonnie en el jardín de niños, hecho de restos de basura y un cubierto de plástico—, de que su propósito “en la vida” no es volver al cesto del que salió, sino acompañar a su niña en los momentos difíciles y ayudarle a crear “memorias felices que durarán por el resto de su vida”. Forky, en su ingenuidad y divertido auto-descubrimiento, es el dispositivo perfecto para que Woody vaya más profundo en su propia introspección. Toda su vida se ha arriesgado por y para otros y hoy, tras la ausencia de Andy y la indiferencia de Bonnie, no le queda nada más que apostar su vida —y la de los demás— en favor de una misión desquiciada de rescate. ¿O sí?
Las predicciones pesimistas que se hicieron sobre esta cuarta parte tienen razón en algo: Toy Story 4 no es, en realidad, una adición valiosa a la historia de Woody y Andy, ni mucho menos una coda necesaria tras una emotiva y perfecta despedida. No. Toy Story 4 es más bien un epílogo, uno que creíamos no necesitar ni desear, que resuelve preguntas que no hicimos, que deja abiertas otras sin responder, pero que se siente igualmente cercano y, sobre todo, obligatorio para nuestra relación personal con Woody.
Ciertamente Toy Story 4 tiene momentos dinámicos de hilaridad y esperanza. Pero de todas las entregas, esta se siente más oscura en su intención. Mientras el final de Toy Story 3 se siente catártico y luminoso, Toy Story 4 parece concluir en una nota más agridulce que sacude nuestros cimientos y expectativas, y que nos replantea nuestras decisiones sobre lo que dejamos ir y a lo que elegimos aferrarnos. Pero también, nos plantea la importancia de las segundas oportunidades, esas que llegan a nosotros para continuar re-descubriéndonos, cuando hemos dado tanto por los demás y tan poco por nosotros.