Emiliano Monge, autor de El cielo árido (2012), ganadora del XXVIII Premio Jaén de Novela y del V Premio Otras Voces, y de Las tierras arrasadas (2015), ganadora del IX Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska, publicó en enero de este año con el grupo editorial Random House: La superficie más honda. “Un bestiario del hombre como lobo de sí mismo”- como puede leerse en la cuarta de forros.
Este bestiario posee un título muy oportuno, los once cuentos que lo conforman son la exploración de una sordidez que no está en las orillas, en lo lumpen, sino parcialmente guarecido en todas las superficies: la marginalia, esos supuestos contornos feroces, se encuentra en los resquicios salvajes de una realidad que el lector comienza a sentir ajena.
Los personajes de sus cuentos se hunden en la profundidad de lo aparente, un espacio ahogado donde se augura el riesgo, donde se comprime la angustia de algo que se sabe por sugerencia. Monge transita en sus relatos por diversas voces: va de una que tiembla a una que corre, de una recóndita a otra afligida, todas cubiertas por un silencio alarmante que las desfigura hasta el aullido.
Hernández, protagonista del primer cuento de la colección: “Alguien que estaba ahí sobrando”, es un joven que accidentalmente entra en un pueblo parecido a un ansioso campo de tiro, a una aldea hostigada, en el que todos, menos él, saben qué es la amenaza que lo atraviesa. En otro de los relatos: “Sólo importa que lo arreglen”, Alfonso y su familia son acechados como presa por una presencia anónima. Con su mujer, al borde del desmayo, y un bulto, que parece ser su hijo, se escabulle por los márgenes de las calles asfaltadas, mientras escucha una sirena y susurros sagaces. En su huida, logra vislumbrar una ciudad opaca a lo lejos, pero, para ellos, el mundo es un rincón inútil para esconderse. Solo les queda aguantar la súbita llegada de un tiempo que se rasguña en los despeñaderos, un tiempo similar a la muerte.
Cada relato presenta una fuerza implacable, sin rostro, que acecha cada vez más de cerca a los personajes hasta que lo violenta todo; un silencio y un lenguaje quebrado mantiene su carácter de ocultamiento, pero al mismo tiempo deja prever algo bestial. Esta fuerza puede revelarse vertiginosamente en un linchamiento, una lengua oxidada, la tortura, un encierro, un secreto, un asesinato.
La superficie más honda de Emiliano Monge, una obra de atmósferas opresivas que recuerdan a Juan Rulfo, Inés Arredondo y Daniel Sada, explora lo que se sabe y no se puede decir; escarba en la irrupción de la violencia, rasga intimidades que son penetradas desde un afuera amenazante que vuelve al mundo un basural, un feroz descampado, una superficie perforada: una terrible trampa de profundos abismos sin fuga.
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