La película La Langosta, dirigida por el cineasta griego Yorgos Lanthimos, nos plantea un distopía surrealista donde, según las reglas de La Ciudad, es obligatorio que las personas tengan pareja. Para lograr esto, los solteros son enviados a un hotel donde tienen 45 días para conseguir a su otra mitad. Si no lo logran, serán convertidos en el animal de su preferencia. Cada fin de semana salen a cazar -con tranquilizantes- a los “loners” que son personas que decidieron rebelarse contra el sistema y vivir como solteros. Por cada loner que atrapan, tienen un día extra en el hotel.
Más allá de su cualidad artística y cinematográfica, exquisito humor negro, gran cast (Colin Farrell y Rachel Weisz) con excelentes actuaciones, hermosa fotografía y arte, La Langosta nos muestra una de las mayores obsesiones de la sociedad actual: hay que estar en pareja. No hay ningún lugar o momento en el que nos podamos librar de esa constante presión de estar con alguien. En la película vemos una metodología bastante extrema para incitar a que las personas quieran estar con alguien. Por ejemplo, la masturbación está prohibida, pero la estimulación sexual -sin orgasmo- por la camarera es obligatoria. Hay obras de teatro donde se muestra las ventajas de estar con un hombre o con una mujer; la mujer que camina sola puede ser acosada fácilmente, cosa que no sucedería si viniera con un hombre y otro tipo de ejemplos que tienen, de una u otra manera, algo de verdad. Es que ahí radica la genialidad de la película; no estamos tan alejados de ese mundo.
La tecnología ha transformado las relaciones sociales, tanto el primer acercamiento para conocer a alguien, como la forma de interactuar. Cada una con su sello distinto que la vuelve atractiva. Tinder proporciona un método de selección del susodicho “match” en base a la distancia geográfica, edad, género y por supuesto, el físico de otra persona, aunque sea un pequeño preview de las fotos que selecciona cada individuo para hacer su perfil. De ahí podemos pasar a aplicaciones como Grinder que es exclusiva para gays o Her para lesbianas, apps que empiezan a seccionar por orientación sexual y que evita justamente, verse en la penosa situación de no saber si la persona a la que uno se quisiera ligar comparte los mismos gustos. Por el otro lado, hay páginas que basan su forma de interacción por los libros que lee una persona, las mascotas que tiene, el olor corporal (con un servicio de paquetería que envía camisas usadas para una “cata” de olor), la preferencia política y así con casi todo lo que nos podamos imaginar. Nuevas formas de hacer grupos que comparten los mismo intereses -si lo vemos con la mira positiva- o una nueva forma de discriminación y poca tolerancia hacia las diferencias -si lo vemos con la mira negativa-.
No sabemos a ciencia cierta qué consecuencias tienen estas nuevas formas de encontrar al susodicho consentido (já). Es cierto que hay muchos más divorcios que en el siglo pasado pero también es cierto que las posibilidades para escoger de chile, atole y pinole son infinitas y eso es liberador (a veces). Hay algunos métodos en las páginas web bastante radicales para filtrar a la gente para que pueda ser parte de ese círculo, y eso significa que vivimos en una época donde la eficacia es indispensable para el estilo de vida que queremos y también que todo se puede personalizar, “hacer a la medida”, inclusive, a nuestras parejas. Tal vez no es necesario saber si la otra persona es vegetariana, fuma, le gustan los perros, es guapa o de izquierda para poder conectar con ella. Tal vez hay algo más allá que supera todas esas diferencias y que nos hace quererla tal cual es. Para algunos románticos, escoger a nuestra persona favorita, es mucho más complejo que un swipe a la derecha.
Les dejamos la playlist del último programa: