¿El espacio arquitectónico nos determina o viceversa? ¿Es excluyente o lo hacemos?

¿El espacio arquitectónico nos determina o viceversa? ¿Es excluyente o lo hacemos?

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Por: Andrea Izurieta

La arquitectura nació como una respuesta a la necesidad del ser humano de refugiarse y protegerse del medio. A partir de su surgimiento se crea un nexo tangible entre el ser humano y el mundo que lo rodea. Es a través de este vínculo que comenzamos a transformar nuestro entorno para construir un nuevo mundo dentro del mundo existente.

La arquitectura es la materialización de las relaciones humanas. El vínculo intrínseco entre la arquitectura y las relaciones sociales se ve evidenciado en la manera en la que vivimos el espacio. Esta materialización comienza en la vivienda, el primer núcleo social que experimentan las personas y en donde comienza su relación con el entorno.

Sin embargo, en la vivienda existen ciertos espacios inhóspitos como los cuartos de servicio que desde la arquitectura se proyectan como si no fueran habitables, con poca ventilación, iluminación y hasta privacidad cuando en la realidad sí son habitados. La arquitectura tiene como responsabilidad diseñar espacios dignos para todos los usuarios de una vivienda. La práctica profesional de la arquitectura no debe fomentar una discriminación social que se niega en nuestra sociedad, pero se vuelve evidente en la existencia de espacios excluyentes que surgen desde la arquitectura doméstica.

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La arquitectura tal vez no pueda resolver por sí misma la crisis social en la que vivimos, sin embargo, un arquitecto puede incentivar el ejercicio de una vida digna sin perjudicar la integridad de las personas.

Creemos haber avanzado como sociedad pero hay ciertas prácticas que se manifiestan en una arquitectura segregada y exponen
a nuestra sociedad tan dividida.

El diseño de los espacios comienza al analizar las condiciones a las que se encuentre supeditado el lugar, como la orientación solar, el área disponible o la función que tendrá. Pero: ¿Qué pasa con las actividades y las distintas interacciones que se llevarán a cabo en aquel espacio? ¿Son nuestras relaciones sociales determinantes del espacio también o es el espacio el que determina cómo nos relacionamos? Las dos premisas deben ir de la mano para crear espacios más humanizados. Antes del siglo XVII, cuando se introduce el pasillo en la vivienda, los espacios se conectaban uno a través de otro y las personas tenían un contacto constante. Desde la vivienda, la proximidad y la cercanía con otras personas eran valores y principios en la vida diaria. El pasillo aparece en la vivienda como una circulación secundaria para los empleados domésticos y de esta manera no interrumpían las actividades de la familia. Así, se trazó una línea que provocó una segregación espacial y por lo tanto social.

Los empleados del hogar son un grupo discriminado y aunque se niegue se puede comprobar en el vocabulario despectivo que se utiliza cotidianamente para estigmatizarlos.

Por lo general, dentro de las residencias en las que trabajan no pueden hacer uso de los espacios reservados para la familia empleadora. Por ejemplo, no pueden utilizar el baño de la casa, ni el de visitas, compartir la mesa y en ciertas casas no pueden entrar y salir por la puerta principal sino por una de servicio. Es una realidad porque es algo tolerado por la sociedad. En la arquitectura se concreta la forma en la que la sociedad vive y se exhibe el tejido social.

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El espacio ha sido tratado como un producto que puede ser modificado, explotado y vendido. Hemos olvidado que en el espacio comienza nuestra relación con el mundo y mientras estas relaciones se van desarrollando también nuestra identidad. En el reconocimiento del otro se encuentra nuestra dignidad humana por lo que tenemos que aceptar que todos tenemos el derecho a vivir en un espacio digno.

El siglo XX en México fue una época de transformación y evolución de la vivienda con el objetivo de mejorar las condiciones de vida de las personas. Esta evolución no ha terminado y todavía nos queda mucho por resolver para que todos vivamos en una sociedad más justa. La arquitecta mexicana Fernanda Canales afirma: “La vivienda no sólo constituye el laboratorio del ámbito íntimo, sino la base de la conformación de las ciudades y de la relación de sus habitantes”.

La vivienda es el núcleo del tejido social y a partir de ésta podemos crear espacios incluyentes que se traduzcan en una sociedad más justa.

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