David Hockney: el capitalismo nunca es humano
¿Cuánto cuesta un corazón roto? Aproximadamente 90 millones de dólares.
Así es. La respuesta se encuentra en uno de los cuadros más icónicos del artista británico David Hockney, quien rompió récord en el último evento de la casa de subastas británica Christie’s. Después de una ardua pelea entre dos anónimos coleccionistas, la obra Portrait of an Artist (Pool with Two Figures) se subastó por la exorbitante cantidad de 90.3 millones de dólares, convirtiéndose en la obra de arte más cara de un artista vivo vendida en una subasta.
Antes de tratar de entender lo sucedido, la obra invita a ser observada, tomarse un momento y olvidar todo lo que la rodea; ni las palabras, ni los dólares ni el mismo artista importan en este momento, sólo las formas, los colores y lo que logra transmitir.
tres
dos
uno
calma
angustia
calma
¿El personaje de saco rojo se aventará al agua? ¿Quiénes son? ¿Qué está pasando? En primer lugar, la composición geométrica —es decir, el uso de cuadrados, rectángulos y triángulos— genera estabilidad visual. Pero ¿qué sucede con los protagonistas? La horizontalidad de uno frente a la verticalidad del otro produce tensión. Y aún así, resulta fascinante ver con tanta claridad lo que sucede bajo el agua.
Por más que convivan en el mismo cuadro, las dos figuras existen en mundos separados; uno en su verticalidad sobre tierra firme y el otro en su horizontalidad nadando en una enigmática alberca. Si el bañista se impulsa una vez más, se estrellará contra el muro ¿cierto? Sin embargo, aunque esto genera inquietud, la atmósfera lograda a través de la paleta cromática antoja estar en aquel caluroso paisaje y zambullirse con él.
En términos simples, la obra tiene la capacidad de despertar y estimular los sentidos de quién la observa, al tiempo que satisface el deseo de orden con la sencillez de la doble composición —la de dentro y la de fuera del agua. Todo esto a través de una especie de Photoshop en lienzo que el artista produjo a partir de una serie de estudios fotográficos que realizó en 1972 en Saint-Tropez y Londres.
El valor simbólico de la obra reside en la recuperación de los dos temas que definieron el trabajo de Hockney durante los sesenta y setenta: albercas y retratos dobles. Además, aunque la imagen es mundialmente conocida gracias a su reproductibilidad, se trata de una pieza única que forma parte de una colección privada, la cual poco sale a la luz. De hecho, la última vez que se expuso públicamente fue en una retrospectiva del artista exhibida en la Tate Britain y el Metropolitan Museum of Art durante el 2017.
De manera que la famosa “ley de la oferta y la demanda” se hace presente en el mercado del arte y sus resultados son avasalladores. Previo a la subasta, el valor de la pieza se estimó en 80 millones de dólares, lo que pronosticó lo sucedido el pasado 15 de noviembre. Alex Rotter, co-presidente del departamento de Arte de la Posguerra y Contemporáneo en Christie’s declaró para ARTnews que se mostró mucha competencia frente a la pieza y tenía confianza en que los resultados serían favorables.
Hockney mira a través del agua cristalina a quien ya no tendrá. Se asoma, e incluso coquetea con la idea de meterse a la alberca
Y esto, ¿qué tiene que ver con el valor de un corazón roto? Pues resulta que en 1974, el director cinematográfico Jack Hazan se dio a la tarea de investigar y documentar el trabajo e historia detrás del cuadro en un largometraje titulado A Bigger Splash. En el filme se argumenta, entre otras cuestiones, cómo Hockney personifica la angustia y dolor que sintió al terminar con su entonces pareja Peter Schelsinger.
Lo que conlleva a poner otro elemento en tensión. La vida del artista y sus preocupaciones se convierten en un espectáculo que rodeará constantemente sus producciones plásticas. Los 90 millones de dólares no solamente tienen que ver con la genialidad técnica, la importancia de la pieza dentro de la Historia del Arte, o su carácter exclusivo y simbólico. También, con cómo se retrata un sentimiento tan doloroso como es el no tener lo que se desea. Tanto la doble composición, como la paleta cromática, son generadoras de una atmósfera psicológica poderosísima que juega con aspectos meramente humanos.
Hockney mira a través del agua cristalina a quien ya no tendrá. Se asoma, e incluso, coquetea con la idea de meterse a la alberca. Pero en su mismo gesto, revela que no lo hará.
Del mismo modo, para quienes el precio de la pieza es inaccesible, se identifican al desear algo que se encuentra presente y ausente al mismo tiempo. El aspecto más poético del asunto reside en cómo el sistema de arte se mimetiza con la alberca, siendo ésta el elemento compositivo más importante y al mismo tiempo el que deja ver y anhelar aquello que jamás se tendrá.
Finalmente, lo que sucedió aquí fue que la pieza migró de una colección privada a otra. Sus dueños permanecerán en el anonimato y todas aquellas emociones y experiencias que el cuadro puede generar en el espectador, tendrán lugar en espacios exclusivos o bien, frente a una pantalla o un libro.
Y lo que queda es un sabor de boca agridulce; el arte tanto dentro de sus posibilidades formales como simbólicas, guarda un poder humano, sensorial, corpóreo, histórico… pero a estas alturas, el más importante es el económico.