Cuando la sangre llama: asesinos en serie
Lugar común de absoluta certeza: lo único seguro que tenemos en la vida es que vamos a morir. Pero la mayoría de las personas no se levanta cada mañana pensado que ese podría ser el último día de su existencia. Mucho menos que en el trayecto al colegio, trabajo, casa o cualquier otro destino, se puede topar con la persona equivocada. La persona que decida matarte, con el mayor sadismo posible…
Voces que les susurran al oído que apuñalen a alguien, instinto de acabar con la vida de otros o el simple placer de robarle a la víctima su último suspiro. Estas son algunas razones por las que alguien, aparentemente normal, decide matar en repetidas ocasiones, convirtiéndose en un asesino en serie.
Cada roto encuentra su descosido
A lo largo de la historia, han existido asesinos en serie que concretan la posibilidad de un cómplice perfecto con quien disfrutar sus atrocidades. Como Fred y Rosemary West, que hasta 1992 parecían una pareja común y corriente que vivía en la casa 25 de Cormwell Street en Gloucaster, Inglaterra. A pesar que en 1987 desapareció Heather, la hija de ambos de 16 años, mantenían una vida normal y alquilaban habitaciones de su casa para obtener dinero.
Todo cambió cuando ese año otra de sus hijas le dijo a uno de sus compañeros de colegio que sus papás la habían violado. La policía comenzó a investigarlos sin encontrar pruebas contundentes hasta 1994, cuando obtuvieron la orden de cateo que necesitaban para comprobar el comentario que los hijos habían repetido varias ocasiones “Heather está en el jardín”.
Así fue como descubrieron en el lugar los restos de ella y otras mujeres entre los 13 y 20 años que habían alquilado una habitación en casa de los West todas con un patrón similar: tenían poco o nulo interés de sus familias, lo que aseguraba que no las buscarían. Todas ellas fueron violadas, desmembradas y sus restos los ocultaron en diferentes partes del hogar. En total se le comprobó el asesinato de 10 víctimas a Rosemary, mientras que a Fred 11, pues también había asesinado a su primera mujer.
Los West no sólo sentían placer al matar, también mantenían relaciones sexuales sádicas con sus víctimas y sus hijos, a quienes obligaban a ver pornografía donde ellos eran los protagonistas. También Rosemary mantenía intercambio sexual con los inquilinos masculinos mientras que Fred la observaba y grababa.
Fred West se suicidó en 1995 en la prisión de Winson Green mientras esperaba sentencia y Rosemary fue condenada ese año a cadena perpetua. Sin embargo, en 2002 un juez supremo dictaminó que podía salir en 2019. La casa fue demolida.
El encanto y carisma tienen un lado macabro
Acercarnos a alguien requiere que seamos lo suficientemente amigables para que la persona no crea que somos psicópatas, socióptas o que queremos matarle, aunque nuestra intención sea esa.
Eso lo sabía a la perfección Ted Bundy, quien con su carisma y atractivo físico entre 1974 y 1975 cometió una serie de raptos y asesinatos en Washington, Utah, Colorado y Florida. Todo indica que el factor que detonó a que Bundy cometiera 36 asesinatos comprobados fue la ruptura con Stephanie Brooks, con quien mantuvo una relación en 1967 mientras estudiaban Psicología. Brooks terminó con él al considerar que no tenía metas en la vida tan claras como las de ella.
Ted se obsesionó, y aunque rehizo su vida estudiando derecho, teniendo otra novia y hasta rechazando a la misma Stephanie cuando le pidió volver con ella, todo indica a que Brooks tuvo un impacto grande en la vida de Bundy, pues sus víctimas tenían rasgos similares a los de ella: chicas universitarias de piel blanca, atractivas, de cabello negro y con peinado con raya en medio.
Lograba acercarse a ellas haciéndose el indefenso, se paseaba a su alrededor mientras cargaba un montón de libros y fingía tener un brazo roto. Ellas le ayudaban a llevar los libros a su auto y, como recompensa, las invitaba a tomar algo a algún lugar. La mayoría de las chicas aceptaba, teniendo la mala suerte de ser secuestradas, estranguladas o apuñaladas, para que después Bundy tuviera relaciones sexuales con su cadáver mientras las mordisqueba.
Buddy pasó desapercibido por la policía pues cambiaba su aspecto para que no lo reconocieran. Sin embargo su suerte terminó en 1975 cuando Carol DaRonch, una de sus pocas víctimas que logró huir, lo identificó cuando detuvieron y encontraron en su auto palancas, esposas y la cinta con el que inmovilizaba a sus víctimas.
Aunque trató de escapar en distintas ocasiones, fue sentenciado a pena de muerte. Murió en la silla eléctrica en 1989.
El mal anda libre
El saber que delincuentes y asesinos son capturados nos da tranquilidad, hasta que sabemos que hay otros tantos locos sueltos por ahí. Como fue el caso de el Golden State Killer, un asesino que la policía estadounidense ha tratado de capturar sin tener éxito alguno pues se desconocía su identidad hasta este año.
Este personaje aterrorizó el sur del estado de California, Estados Unidos, entre 1979 y 1986. Su mondus operandi consistía en entrar a la casa de sus víctimas que por lo general eran pareja, los ataba, violaba a la mujer y les disparaba. Así consiguió matar a 6 parejas.
Lo único que tenía la policía para llegar a él eran un retrato hablado de la pareja que no logró asesinar y pistas genéticas que coincidían con la de un violador que había atacado sexualmente a casi 50 víctimas, pero sólo les ayudó a delimitar la zona, Sacramento.
Fue hasta abril de este año se arrestó a Joseph James DeAngelo, un hombre de 72 años quien se sospecha es el asesino y violador. Ahora se encuentra bajo investigación.
Moraleja: no hay que juzgar un libro por su portada y no olvidemos que las personas pueden tener deseos de todo tipo…