Avelina Lésper. El diablo se viste de yoga
Avelina Lésper sabe que tiene haters. No por nada se adelanta a mencionarlo, con un esbozo de sonrisa, cuando le hablo de la clara disparidad de opinión que existe con respecto a su figura y su discurso.
Por un lado, los autonombrados Aveliebers: leales y apasionados seguidores que han encontrado en ella un tótem de franqueza y desenfreno. Una redentora articulada y provocativa que defiende, con dardos difíciles de esquivar, el trabajo intelectual y artístico de la plástica, frente a un creciente estilo que se apodera de museos y galerías en todo el mundo con objetos, actos e instalaciones acompañados de largas cédulas y méritos cuestionables.
Del otro lado, están sus detractores, los críticos de la crítica: curadores, artistas, comisarios, gestores, coleccionistas, estudiantes de arte… Cualquiera que percibe en las líneas de sus columnas y la aspereza de sus palabras un pensamiento fundamentalista, esnobista e incluso, conservador. La acusan de hablar desde una esfera de privilegio, con términos caducos y desinformados.
Su gesto se transforma al momento de decir ¡Acción! y veo a una Avelina distinta a la de las monografías en internet, una que me devuelve la sonrisa con otra sonrisa
¿Qué es eso que despierta tanto gozo y antipatía frente a Lésper? No es la única que se ha mofado o desacreditado al arte conceptual. El YouTuber y artista español Antonio García Villarán, con miles de seguidores, se ha inventado el término hamparte para designar a este tipo de obras y ha sugerido incluso que los artículos de su propia vajilla podrían pasar por piezas maestras en cualquier museo de arte contemporáneo, bajo los actuales estatutos del arte. Y sin embargo, la apreciación de su discurso no llega ni a la mitad de la controversia que provoca la mexicana.
“Avelina es una diosa” dice un tweet. “Cómo te atreves a citar a ese esperpento”, dice otro comentario en Facebook.
¿Estoy pidiendo un Botticelli? No realmente
Los crudos e implacables pronunciamientos de Lésper no han matado a nadie hasta ahora, ni han cerrado galerías o cancelado exposiciones. Ella misma lo ha dicho: “Yo no busco que ninguno de mis actos tenga frutos”. Lo que sí ha conseguido es enardecer e incomodar a más de uno (por decir lo menos). Sus presentaciones públicas han sido boicoteadas, se le ha negado la entrada a ferias de arte y ha recibido abucheos desde las butacas de un auditorio. Pero su provocación más trascendente, quizás, es que por casi una década, ha avivado la conversación y el debate —para muchos, uno innecesario y ocioso— de lo que es arte y lo que no, en un mundo que parece decir que todo es susceptible de serlo.
Incluso a mitad del espectro Lesperino, se alcanzan a percibir neutralidades: algunos no están enteramente de acuerdo con ella, pero reconocen su disentimiento como un gesto válido y necesario para la conversación del quehacer artístico contemporáneo. Otros, concuerdan con sus observaciones y se entretienen con su mordacidad, pero no se enlistan en sus filas combativas.
Cualquiera que sea el bando que la respalde o la desdeñe, poco parece importarle a la escritora de cabello azabache y rictus hermético. Su renuencia a participar en las redes sociales y la austeridad de su blog evidencian cierto desprendimiento y apatía hacia su imagen mediática. Cada quince días o una semana, Lésper publica una nueva entrada en su sitio (la única plataforma que verdaderamente le pertenece) y desde ahí se decanta, con una retórica casi poética, en textos contundentes, no apologéticos, que sirven como únicos atisbos a su enigma y personalidad.
Lo mismo ocurre en sus presentaciones, donde primero lee directo del papel sus ensayos y silogismos para después esgrimir o burlar cualquier atentado (hasta un inesperado pastelazo) con una sacudida de pelo, una frase incisiva o el vaivén de sus falanges.
Los detalles de tu performance no me interesan
Avelina se me revela como un avatar de Anna Wintour cuando entra a la sala de la Colección Milenio Arte que alberga nuestro encuentro —no sólo es la curadora de la colección, también publica su columna en Milenio. Por supuesto que las diferencias entre la editora de Vogue y Avelina son obvias y monumentales. Sin embargo, no puedo evitar antojarme las coincidencias: gafas oscuras en interiores, Starbucks caliente en mano, brazos fuertes al descubierto, rostro serio, inexorable. Sin embargo, es gentil. Cualquiera que ha visto sus intensos debates en YouTube o presenciado sus charlas, daría por hecho que su severidad es sinónimo de rudeza. No es así. Nos saluda cortésmente a cada miembro del equipo de 90.9 y nos agradece por estar.
Ataviada de negro de pies a cabeza —algo que jamás haría Wintour— con un tank top y unos pantalones holgados, Avelina luce cómoda, pero sin diluir su aura de rigor y disciplina. Su postura siempre erguida, su mentón siempre elevado. Ocupa la silla como un trono, se sacude el pelo como verdadera fashionista mientras hace sonar sus múltiples pulseras japa mala que le cubren casi todo el antebrazo. Se niega a retirarse los lentes oscuros cuando damos la claqueta de inicio. Tampoco suelta su vaso de café, etiquetado, no con su nombre, sino con una cifra: 847. Me pregunto al interior si el número tendrá algún significado ¿Un código críptico para ocultar su identidad? ¿Una combinación de buena fortuna? ¿Meros dígitos al azar?
Su gesto se transforma al momento de decir ¡Acción! y veo a una Avelina distinta a la de las monografías en internet, una que me devuelve la sonrisa con otra sonrisa. Es sucinta en su saludo a la cámaras. Estamos listos para comenzar, ella siempre lo está y, en sus palabras, nunca tiene expectativas de lo que va a suceder en un encuentro. Pero yo sí.
Después de años de seguir su trabajo y navegar por su extensa e inacabable tesis que se continúa escribiendo con cada letra y dictado que expone desde su blog, su editorial en Milenio o algún salón de la Ciudad de México, Querétaro, Guatemala, Ecuador y hasta España, yo ya no quiero preguntarle lo que tantas veces ya ha dejado en claro: Avelina, ¿qué es el arte? ¿Cómo juzgas una obra? ¿Por qué decidiste dedicarte a la crítica?
Tampoco pretendo “sensasionalizar” en las agresiones que ha recibido, ni hallar fisuras en su argumento. Eso ya lo han hecho múltiples videobloggers o las tantas diatribas y contra-argumentos que buscan “desmitificarla” o simplemente llamarla “la peor crítica de arte”.
¿Un inodoro? ¿En tu instalación? ¡Qué innovador!
La primera pregunta, aunque fútil para muchos, ha rondado mi pensamiento desde que la vi inmutable y sin titubeos, enfrentarse a los cuestionamientos, risas, gestos de incredulidad y descalificaciones que provoca su frase trademark “esto NO es arte”, apenas sale de su boca.
¿De dónde viene este arrojo, incluso, este valor de decir lo que piensas sin importar lo que suceda, aún cuando estás frente a un grupo de personas que en su mayoría está en desacuerdo contigo? Así comienzo. Ella responde tajante y segura, sin titubear, como es su costumbre: “Tengo conciencia clara del presente, es el único momento que tenemos. Y si está ahí el auditorio para estar en contra o a favor de mí, es algo que a mí no me incumbre y vaya, algo en lo que ni siquiera pienso”.
Y después, deja entrever en su respuesta algo de la práctica y lógica que rige su vida y que sin duda le permite acceder al desapego: “Es una cosa que aprendes haciendo yoga, tienes que estar muy consciente de la causa y el efecto”.
Y por lo que resta de nuestra charla, como en una suerte de uróboro o una cinta de Moebius, acabamos la entrevista donde empezamos: hablando de la importancia del presente como única, certera e irrevocable posesión que realmente nos pertenece.
Al momento de titular la entrevista no pude evitar pensar, paradójicamente, en Marina Abramovic, la abuela del performance y con quien por supuesto Lésper ha sido inclemente también. Su popular pieza del 2010 en el MoMA de Nueva York, The Artist Is Present, la vio sentada durante tres meses, seis días a la semana, por ocho horas seguidas, en un cubo blanco del museo con nada más que un par de sillas y una mesa. Los espectadores hicieron filas kilométricas y hasta acamparon en las calles para sentarse, aunque fuera por unos minutos, frente a la performancera, quien se limitó a mirarlos sin emitir palabra alguna con sus ojos avellanados y profundos.
Por supuesto que Avelina nada tiene que ver con eso, ni ella consideraría las acciones de Abramovic como arte. Sin embargo, su constante mención del presente y de la conciencia del ahora que dominó nuestra conversación, me remitieron al concepto de dos personas sentadas frente a frente, en un diálogo sensorial, sin pretensiones del antes ni el después.
Por supuesto que también hablamos de Yayoi Kusama, Remedios Varo, el ‘imperialismo del pensamiento’ y su negación a retractarse.
Ve la entrevista completa con Avelina Lésper
CRÉDITOS AL VIDEO
Guión y edición – Aleks Phoenix
Producción de video – Sebastián Cervera, Iñaki Malvido
Producción de audio – Ana Valencia
Motion Graphics – Carolina Maciel
Agradecimientos – Aarón Ávila, María Luisa López