Quesadillas… ¿con queso? La “otredad” del foráneo en la CDMX

Quesadillas… ¿con queso? La “otredad” del foráneo en la CDMX

Foto vía Erizos

Foto vía Erizos

En la película Rudo y cursi, el cazador de talentos Batuta (Guillermo Francella) introduce a Tato (Gael García) a la gigantesca Ciudad de México diciéndole:

“Hasta el monstruo más feo, tiene su encanto”

Refiriéndose quizás a la maraña de vialidades, agresivas luces y brutales estruendos que se le presentan al diminuto jugador amateur, quien ignoraba esta realidad mexicana y, por primera vez, se entregaba a la vida urbana de la Ciudad de México. Algo así como la primera impresión que los foráneos tienen cuando visitan la Ciudad de México.

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Las ciudades de la inmediatez

Pensemos en las grandes metrópolis del mundo: Tokio, São Paulo, Nueva York, Delhi, Ciudad de México, ¿qué imágenes nos vienen a la mente? Posiblemente los ríos de gente en Shibuya (Tokio), los caóticos embotellamientos en Nueva York o los transportes atiborrados de personas en Delhi… o en la Ciudad de México. Las grandes metrópolis contemporáneas intoxican la vida diaria con la constante de la inmediatez. El tiempo y el espacio jamás había valido tanto individual como colectivamente. ¿Cuándo fue la última vez que, aunque habías salido con una o dos horas de anticipación a algún lugar, sabías que llegarías tarde?

Sin embargo, en este concierto de ir y venir, subir y bajar, trabajar, comer y volver a trabajar para después volver a hacer el ritual al día siguiente, ¿qué sucede cuando damos nombre y apellido a cada una de las almas que día a día dan vida a la Ciudad de México? Singularmente, desautomatizar la vida diaria de la metrópoli mexicana.

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21 millones y medio de almas constituyen sólo la Ciudad de México, un espacio delimitado por la geografía de una cuenca endorreica sobre una base lacustre donde la urbanización trascendió al paisaje y destrozó todo rastro de lo que alguna vez fue la Cuenca del Valle de México. Sin embargo, la cifra nos hace pensar dos cosas: en primer lugar, la sobrepoblación en un espacio tan estrecho (apenas poco menos de 1,500 km²) y en segundo, la importante pluralidad sociocultural que tiene intrínseca la CDMX. Una ciudad con la diversidad de todos los estados de la República, de todas partes del mundo.

El debate chilango

Cuando llegué a la Ciudad de México, hace cuatro años, me encontré frente al grandísimo debate cuya existencia felizmente ignoraba: ¿las quesadillas con queso o sin queso? Argumentos a favor, argumentos en contra. Quienes se encuentran a favor de las quesadillas con o sin queso tienen una constante: la cedemexicaneidad. Y aquellos que argumentan que, por “naturaleza” llevan queso, son foráneos.

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Este debate es sólo la punta del iceberg sobre el tema de la perfilación de identidad en la Ciudad de México. Una lucha por la preservación de la identidad local versus el forastero que trae una serie de costumbres y tradiciones que atentan con lo establecido. Para asegurar su supervivencia, muchas de las composiciones sociales de la ciudad se han segregado en tribus urbanas. Algo que Café Tacvba ha retratado de manera excelente en “Chilanga banda”.

“Pachucos, cholos y chundos…” y prodríamos agregarle punks, floggers, skatos, chacas, emos, darks, hipsters, otakus ¿y hasta fifís y foráneos?. Pensando a Villoro, la supervivencia de la identidad del cedemexiquense reside en la individualidad construida a través de la otredad. ¿En dónde, en qué trabajas y en dónde vives? Nunca antes la locación había sido esencial para obtener cierta membresía social y final de cuentas, constituir para siempre tu identidad. El domicilio como constante de la identidad.

Sin embargo, tratar de descifrar la cuestión de la identidad mexiqueña sería todo un tema de tesis: el foráneo como un personaje típico en el panorama de la Ciudad. Singular personaje. Son múltiples los componentes de su identidad, una suerte de dicotomía identitaria que lo hace actuar diferente en la CDMX y en su lugar de origen. Su esencia de callada resistencia me recuerda a las comunas chicanas en Estados Unidos. Sin embargo, hay una suerte de apropiación de la cultura local que hace pensar al foráneo como un ente singular.

Dos perspectivas: desde afuera, una especie de desprecio y deseo de pertenencia envuelve al foráneo. Desde dentro, un colonial mote para el recién llegado: ¿provinciano?

Su primera vez visitando la capital, todo un reto. Recomendaciones, consejos, vías, pasajes, caminos, estaciones, paradas, colores, símbolos, cuadras, semáforos. Progresivamente descubre más caminos; identifica los lugares peligrosos de la ciudad y qué ruta, qué vialidad o qué línea del metro lleva más rápido a su destino. El chilango emerge.

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Fundador de una nueva identidad, inmerso en la vida económica de una ciudad de la que no es original, pero aprende a vivirla y, en algunos casos, a quererla. Se mimetiza con el ambiente: el tráfico, los salarios —recurrentemente mejores que los que podría percibir en su estado de origen—, la velocidad del día a día, la vida cultural, el transporte público, en fin, el ritmo de vida le es normal y progresivamente se va convirtiendo en una silueta más de la fotografía urbana de esta ciudad.

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El foráneo —muchas veces en silencio— se aferra con fuerza a su patria chica. ¿Qué más le quedaría si la perdiera? En su círculo social, las referencias a su estado se hacen tangentes a través de expresiones culturales. Las temporadas vacacionales son los refugios perfectos para volver. Si tiene redes sociales, páginas con referencias a su estado se manifiestan.

Pensemos en El Tri y el homenaje a todas estas personas que concurren en la CDMX en la letra de “Chilango incomprendido” o en la fantástica película de 1981 El mil usos, de Roberto Rivera, protagonizada por Héctor Suárez. Las experiencias de un campesino de un pueblo en Tlaxcala que vive la cruda realidad de un Distrito Federal en transición donde se aferra a mantenerse en la ciudad capitalina.

Una especie de sincretismo cultural surge en la identidad del foráneo. Es ajeno a todo ello en lo que se ve inmerso en el día con día, y siempre hay una especie de añoranza por volver a su lugar de origen. Sin embargo, nunca más es parte esencial de su estado: ahora es chilango.

En el ombligo de la luna

Aunado a dicha idea, la cuestión chilanga, como apunta Luis Villoro, gira en torno a entender la naturaleza de la identidad del chilango como una cuestión de actitud. La suerte de apropiación que surge en los foráneos tras migrar a la Ciudad de México y la alteridad identitaria invita a pensar una conducta de lo inmediato,muy dinámica y única que abraza a locales y forasteros bajo el mote chilangos.

Autores como Abelardo Rodríguez en Granos de Arena, o Luis Villoro enuncian que la historia de la Ciudad de México viene de la mano de un profundo sentido de centralización. Los aztecas filosóficamente asociaban su capital con el centro de todo: mētztli= luna, xictli= ombligo o centro (que para la antigüedad eran palabras sinónimo), y -co= sufijo de lugar. México-Tenochtitlán fue objeto de los tributos de los señoríos subyugados al Imperio azteca y, simbólicamente, el capítulo final de la Conquista en el futuro territorio mexicano.

Foto vía Bluffton University

Foto vía Bluffton University

La capital del Virreinato de la Nueva España trascendió incluso los océanos: las Filipinas era considerado territorio de utramar pertenenciente a la Nueva España. Las obras de modernización urbana emprendidas en el porfiriato durante la belle époque dieron rostro nuevo a la Ciudad de México. En la época contemporánea, la Ciudad de México ha sido objeto de referencias que no sólo superan cifras al interior de la República, hasta principios de los setenta la Torre Lationamericana con sus 182 metros conservó la insignia de ser el rascacielos más alto del mundo fuera de Estados Unidos, por lo que el —otrora— Distrito Federal era referente en toda Iberoamérica. Sobre esas misas cifras pensemos la producción museológica: la CDMX es la segunda ciudad que tiene más museos en el mundo después de Londres, algo así como 170 museos y 43 galerías. Una tradición museológica que data de 1790 y que hasta la fecha persiste.

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El chilango inmerso en el ombligo de la luna, asoma una especie de mito fundacional que refuerza la idea de la identidad capitalina y que hasta nuestros días persiste.

Pese a lo chusco que puedan resultar las diferencias identitarias, hay una barrera muy delgada que divide “diferencia” de “discriminación”. Es importante visualizar al otro como una extensión de un todo. No sólo desde un enfoque espiritual, también pensemoslo parte vital de la vida cultural, económica y política de esta ciudad.

La Ciudad la construyen propios y extraños, gente de aquí y de allá. El propio y el otro. Al dignificar al otro, dignificamos a uno mismo. Reconociendo nuestras diferencias pero construyendo una narrativa más poderosa y cohesionada a partir de ese reconocimiento.

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