Entre el punk y el disco...'Parallel Lines'
Nueva York. Estados Unidos. Final de los años setenta. Todos los que se consideren importantes e influyentes en el mundo moderno deben pisar la Ciudad de Nueva York y sus cinco barrios, después de todo, el ombligo del mundo es el lugar donde todo pasa porque todos confluyen ahí. Para este momento los hippies habían quedado atrás; Andy Warhol tenía ya como lejano sus años con Edie Sedgwick; los beatniks, los ultramodernos playboys del Space Age Pop y los hijos de la era de acuario rondan por el Central Park pero son ya curiosidades del pasado, aferrados que se quedaron en su trip, así como Disco Stu será en el futuro -todos tenemos un tío así, ¿no?-.
Los titulares musicales dan nota sobre dos mundos que parecen diferentes pero que en realidad reafirman la teoría de los opuestos: los punks y sus protestas, nihilismo y extravagante agresividad, son parecidos a los en apariencia inocentes discoquetequeros, con su John Travolta y Donna Summer por encima, pero en lo profundo cual iceberg, albergan conductas sexuales “aberrantes”, adicciones hardcore como la coca, y la frivolidad más descarada jamás vista. Como dijimos antes, todos confluyen en el ombligo del mundo.
Cuando los opuestos son “tan diferentes”, siempre se corre el riesgo de olvidar a los que están en medio, los que sin llegar a ser un Disco Stu andan rolando por varios trips, se refugian en los héroes del pasado, en las fantasías y preocupaciones adolescentes de la clase media “¿me llamará, no me llamará?”. Donde el rosa de este mundo no se ve afectado por la inseguridad neoyorquina, sus pandillas, los punks haciendo slam o las miles de líneas blancas sobre las mesas del Studio 54.
Una banda punk para los de en medio, para los de Brooklyn -el Neza de estos cinco barrios-, para los que adoran a Buddy Holly y las estrellas de cine de los cincuenta; para las rubias que suspiran por el amor del prometido novio que no contesta; para los que bailan a los Sex Pistols y los Ramones y los Clash, pero desde sus casas y garajes y compran los 12” a color de los hits de viejos rockeros que ahora se dejan influir por el Disco: los Rolling Stones, Rod Stewart y hasta Paul McCartney.
Para esos de en medio tenemos el post punk, lo que se llamará en el futuro New Wave, lo que en los ochenta sepultara a los punks y discotequeros en lo viejo, y los dejará rondando por el Central Park junto a las otras curiosidades del pasado. Para esos de en medio existe Blondie, el cimiento más sólido del cambio entre punk y disco hacia el post punk y new wave. El punto del méritito en medio se llama Parallel Lines, álbum tercero en la discografía de Blondie. Primero en ser producido por Mike Chapman, fabricante de hits al estilo como “Can the Can” de Suzi Quatro, “Mikey” con Toni Basil y el mega hit “My Sharona” de The Knack.
Con seis sencillos de doce tracks en un álbum, Parallel Lines fue uno de los discos más vendidos de 1979, con el hit más popular del mundo en ese año “Heart Of Glass” -¡Una Banda Punk tocando Disco! ¿Hablando de gases confundidos con amor?”. Para el productor fue un infierno grabar con una banda de malos hábitos, con poca habilidad técnica y con una actitud de divas de artista limitado. Jamás perdió la fe en el grupo gracias a la hermosa voz de Deborah Harris y la tenacidad de Chris Stein, Chrysalis Records dudaba en continuar las sesiones, sin embargo Mike Chapman invita a Robert Fripp a tocar su teoría matemática de la guitarra y asegura que este disco será un mega hit.
Con los años lo miramos desde nuestra particular visión, donde no existen curiosidades del pasado rondando el Parque México o la Alameda Central, existen en vez nuevas generaciones de post punks, newaveros, rockeros y góticos darketos que cada fin de semana bailan “One Way or Another” y “Heart Of Glass” en las pistas del Under, la UTA y el Centro de Salud. Con el tiempo referenciamos a Blondie como la banda necesaria para todos aquellos que se inician en el rock de ese hueco llamado finales de los setenta-inicio de los ochenta. Citamos a Parallel Lines como su obra cumbre, como el disco que se pelean los diggers en las discotecas, como el fundamental para todos aquellos que siguen estando a la mitad de los extremos. Para los de en medio.