La adelantada despedida de Walker a Bowie
“I’ll have a drink to you on the other side of midnight. How’s that?”
Así cerraba Scott Walker su saludo cordial a David Bowie, el 8 de enero de 1997, cuando el padre de las arañas de Marte cumplía cincuenta años. Ese día Bowie estuvo en el estudio de la BBC Radio One, contestando preguntas de fans y recibiendo felicitaciones. Pero ninguno de los mensajes lo afectó tanto como el de su contraparte estadounidense, el recientemente fallecido genio de la música experimental, Scott Walker. En el mensaje, Walker comenta, de manera sucinta y monótona, sobre la importancia de Bowie en el mundo de la música; lo elogia por su actitud siempre innovadora, le agradece su generosidad hacia otros artistas (entre los cuales se incluye a él mismo), y termina con la línea de arriba, ya que su cumpleaños era un día después.
Tras escucharlo se tarda unos segundos en responder y aun cuando lo hace no parece encontrar las palabras adecuadas para expresar lo que significó para él el mensaje. De pronto, el hombre de cincuenta se convirtió en un niño de 8 años, sobrecogido por la emoción tras ser reconocido por uno de sus grandes ídolos.
Exactamente diecinueve años y dos días después de esa entrevista en el estudio de la BBC, Bowie falleció a causa de un cáncer de hígado con el que había estado batallando desde hacía año y medio, pero no sin antes dejar un último disco con el que se despedía de este mundo tan cruel: Blackstar. Él sabía que el disco era su despedida y canciones como “Lazarus” y “Blackstar”, las cuales reflexionan sobre la naturaleza finita de la vida y la existencia más allá de la muerte, son el adiós perfecto de uno de los artistas más grandes de la historia. De una manera muy similar, Scott Walker se despidió de este mundo a través de un disco, pero a diferencia de Blackstar el disco no salió unos días antes de su muerte.
Bish Bosch salió a finales del 2012, varios años antes de la muerte de Walker el pasado 22 de marzo. Sin embargo, al escuchar los extrañísimos sonidos de Bish Bosch, con la grave voz de Walker retumbando a lo largo de tracks como "SDSS1416+13B (Zercon, A Flagpole Sitter)", la cual dura más de veinte minutos o la divertida “See You Don’t Bump His Head”, con percusiones que suenan como la lavadora de Hades atorada en el ciclo de secado, es casi inevitable pensar en Blackstar. Más allá de su género; de la longitud de sus canciones o del parecido que tuvieron ambos artistas a lo largo de sus carreras, de una manera abstracta y confusa los dos discos se parecen. Es como si todas las preguntas que hizo Bowie en el 2016 sobre la muerte fueron contestadas cuatro años antes en el disco de Walker.
Ambos coincidieron en mucho a lo largo de sus vidas. Sus inicios como representantes del pop barroco inglés a finales de los sesenta, su eventual inclinación por la música experimental, incluso la admiración que sentían por el otro era correspondida. Pero el legado que dejan son muy distintos. David Bowie se despidió del mundo con un aclamado disco y el merecido mérito de ser uno de los artistas más influyentes del siglo XX, pero la muerte de Scott Walker no pareció afectar más que a los amantes de la música underground experimental. Una lastima ya que, si por Bowie fuera, todo el mundo debería recordar a Walker de la misma forma en la que lo recuerdan a él.
En un estudio de radio, hace más de veinte años, Walker le dedicó un brindis a Bowie. El pasado 22 de marzo el mundo de la música perdió a uno de sus más grandes héroes desconocidos. Afortunadamente, Bowie lo recibió allá, del otro lado, con el mismo trago que Walker le había dedicado hace tantos años.