FICM 2021: Memoria, sonidos de recuerdos ajenos
En medio de la noche, una mujer (Jessica, interpretada por una fantástica Tilda Swinton) despierta por el sonido de un golpe seco (con algo de eco, “tierroso”, como lo describe después la protagonista) y no está segura de qué se trata. Busca respuestas en lo ancho de su departamento, pero es inútil. Los sonidos llegan y se van sin pista o rastro, pueden viajar distancias vastas y uno nunca puede evitar escucharlos (al contrario de los ojos que podemos cerrar, dejar de escuchar naturalmente es imposible). En la siguiente escena, otra mujer despierta y recuenta a su hermana sobre su sueño. Entre despertares, recuerdos, sonidos y fantasmas es donde habita Memoria, la más reciente película del monumental director tailandés Apichatpong Weerasethakul.
Memoria es la historia (un término usado de forma holgada, ya que ésta se encuentra diluida entre la lentitud y parsimonia de su ritmo) de Jessica, botanista escocesa en Colombia, y su búsqueda por descubrir qué es ese sonido que la despierta en las noches, interrumpe sus cenas familiares y parece provocarle una profunda desconexión con la realidad.
Como sucede en las películas de este realizador, el avance narrativo es lento y en extremo pausado, con mucha atención en los planos abiertos y en la cotidianidad, en espacios y momentos donde aparentemente no pasa nada. El propio director ha declarado en repetidas ocasiones el gusto que le provoca que las personas se duerman durante sus películas.
A través de Memoria, Jessica busca diversos métodos para conocer los orígenes de este sonido. Primero conoce a Hernán, un ingeniero de sonido en un estudio de grabación con quien desarrolla una amistosa relación, eventualmente rodeada de capas de incertidumbre. En realidad, cada aspecto de la realidad de Jessica se torna lentamente incierto, mientras el sonido (o su sonido como ella decide llamarlo) invade cada vez más rincones de su vida personal y familiar. Eventualmente, Hernán desaparece, nadie parece saber quién es y sólo Jessica lo recuerda; esta es sólo una de varias ocasiones en las que Jessica parece ser la única en recordar eventos o personas.
Apichatpong Weerasethakul está asociado a una marca muy específica de realización cinematográfica, una donde las áreas rurales y la jungla conviven con el romance, el género fantástico, el espacio político y la metaficción. Sin embargo, Memoria en un inicio nos ubica en una jungla de concreto (la ciudad de Medellín y Bogotá en Colombia), y en realidad su progresión es más o menos regular hasta sus últimos 40 minutos, donde probablemente no hay más de 11 planos (es decir, son tomas fijas y larguísimas). Cada realización nueva sobre su sonido provoca en Jessica una suerte de trance: no escucha a nadie más, no pone atención a nada, sólo tiene una mirada fija hacia el vacío, mientras su sonido es más presente y no saber ni su causa o solución la aliena más y más.
La constante ambigüedad y lo irresoluto de Memoria no es tanto un peso que carga, sino parte clave de su constitución. Weerasethakul jamás ha sido un director que conceda a su audiencia, más bien busca una reacción a partir de esta solemne vista, un acercamiento onírico y de asociación libre a los temas en cuestión. Jessica no puede dejar atrás su sonido, lo que la lleva a conocer a un hombre que puede recordar todo, que absorbe las memorias de personas y objetos, lo que termina en una alejada vida donde tal vez no encuentre violencia o trauma. A partir de aquí, Weerasethakukl entra en modo completamente surrealista, y las conversaciones siguen el mismo patrón de los recuerdos: un incontrolable ir y venir, imposible de trazar al origen.
El sonido (y obviamente el sonido de Jessica), tiene exactamente estas mismas características. Cualquier ingeniero en sonido diría lo siguiente: es imposible dejar de escuchar, uno siempre adquiere estímulos auditivos y no puede evitarlo. Y así como escuchar es una acción para nada selectiva, la memoria funciona igual, como un acto fuera de nuestras manos, imposible de aprehender y controlar. Sólo que, y esto es claro hacia el final de la cinta, Memoria brilla por hacer de estos actos, una comunión, algo que se hace en grupo.
En la presentación de la cinta en el FICM, el productor mexicano Julio Chávezmontes se rehusó a explicar o interpretar la cinta en nombre del director, pero sí puso el siguiente contexto: Memoria existe en un mundo donde la xenofobia parece primar, donde parece que hay una motivación a estar separados. Apichatpong Weerasethakul entiende que escuchar, recordar y ver películas son actos de conjunto y grupo. Memoria, al igual que la relación entre Jessica y Hernán, funciona porque —a pesar de toda su ambigüedad— tiene muy presente que las personas están compartiendo algo al ver la película, al sentirse los unos a los otros y, en un brillante reflejo narrativo, probablemente salgan con recuerdos de alguien más que poco a poco, en un trance de belleza involuntaria, se volverán suyos.
Lee más sobre el FICM: FICM 2021 — The Lost Daughter: Una madre perdida