Anteros, el vengador del amor no correspondido
Referido en múltiples mitos y pasajes como el responsable del enamoramiento, el deseo sexual y la atracción incontrolable, Cupido ha sido adoptado como el gran símbolo del Amor por antonomasia. Estragos y fortunas se le conceden por igual y sus flechazos han sido tanto admirados como repudiados en las letras, los mitos y la cultura popular.
Transfigurado del bello y provocativo mancebo, Eros, al querubín regordete de San Valentín, la iconografía de Cupido evolucionó en la tradición mítica y la historia del arte hasta que se mimetizó con los emblemáticos amorcillos del renacimiento y terminó por convertirse en el motivo ornamental y alegórico por excelencia de los regalos que se venden en las papelerías.
Curiosamente, el Eros de los griegos no necesariamente encarnaba ese amor tierno y cursilero entre parejas. En la antigüedad, a Eros se le confería el título de patrón divino de las relaciones pasionales entre hombres, particularmente las que se daban entre un adolescente y un hombre adulto, mismas que eran socialmente aceptadas como parte de la tradición aristocrática educativa y necesarias para la formación moral de los jóvenes. Además, Eros, en su acepción como dios primordial, era venerado también como deidad de la fertilidad, símbolo de la siempre floreciente naturaleza y el impulso creativo del cosmos. Mientras Hesíodo lo cita como una de las deidades primigenias que nació del caos original junto con la Tierra y el Inframundo, la versión más conocida y aceptada es su origen como hijo de la diosa de la belleza y el amor Afrodita.
A partir de esta alternativa, los romanos lo dotaron de su arco y flecha, y le dieron rasgos infantiles y tiernos, rebajando su nivel de deidad principal al de un personaje menor en las historias fatídicas de amoríos tórridos y vehementes, donde era capaz de causar un deseo y atracción incontrolables a quien se viera herido por sus saetas.
Si bien la figura de Cupido es ubicua en el imaginario colectivo, así como sus atribuciones y poderes, no era la única deidad en pertenecer a la corte de dioses alados relacionados con la sexualidad y el amor. Aunque menores en su exploración mítica y artística, los Erotes representaban al séquito de seres siempre bellos, siempre jóvenes, que acompañaban a Afrodita en sus quehaceres amorosos. De entre ellos, sin duda destaca el que fue concebido como el hermano del inquieto –a veces sádico– Cupido, quien se convertiría en su rival: Anteros.
Mientras Cupido representa un flechazo unilateral, Anteros es el símbolo del deseo de ser correspondido.
Cuando Afrodita se percató de que su hijo Eros/Cupido no crecía, su preocupación la llevó a buscar consejo en su hermana titana Themis, quien le dicta “el amor no puede crecer sin pasión”, aludiendo a la necesidad de balancear las fuerzas eróticas y encauzar los influjos del querubín. Es entonces cuando Afrodita engendra a Anteros con ayuda del dios de la guerra Ares, destinado a complementar a su hermano y ascender a la corte venusina.
Cuando Cupido y Anteros se encuentran, el primero puede crecer y equilibran así las fuerzas del amor. Sin embargo, la figura de Anteros cobra relevancia cuando, al percatarse de los estragos que causa su hermano a los amantes que no son correspondidos por sus amados, usa su poder para vengar a las víctimas de este desdén.
Mientras Cupido representa un flechazo unilateral, Anteros es el símbolo del deseo de ser correspondido. El amor debe ser recíproco para que el sentimiento y la pasión prosperen. Así, Anteros inicialmente cobra este importantísimo rol que describe la realidad del amor humano, donde es tangible el anhelo de correspondencia y donde el compromiso entre amante y amado es vital para la madurez y el éxito de un vínculo amoroso. Mientras la figura de Cupido encarna el mero impulso amatorio o la atracción erótica que se despierta en uno por el otro, sin necesidad de una respuesta equitativa, Anteros es el amor multidimensional que permite el crecimiento mutuo.
Esta cualidad representativa del hermano de Cupido se explora poco en la mitología. Sin embargo, su alegoría no pasa inadvertida y se presenta en un pasaje breve que le ganaría la categoría de deus ultor o dios vengador. El ateniense Meles, burlándose del amor de Timágoras, le pidió que subiese a la cima de un risco y se arrojase al vacío. El joven, enamorado y dispuesto a hacer lo que fuera por su amado, así lo hizo. Anteros, al mirar el acto vil y cruel del ateniense, hizo que Meles sintiera tal remordimiento por la muerte de Timágoras que provocó que se arrojara del mismo acantilado.
En esta escena, podemos sugerir que Eros/Cupido es el responsable del enamoramiento fatídico que siente Timágoras por Meles, mientras Anteros interviene cómo símbolo de la búsqueda natural e inevitable de ser replicado en los clamores pasionales. Como lo manifiesta el mito, los hermanos terminarían por enfrentarse como contrarios, aunque en su génesis pretendían ser complementarios, donde Anteros participa como catalizador de la fuerza amorosa estancada de Cupido.
Anteros es un mito olvidado, una figura antropomorfa del amor humano, de ese sentimiento ávido, sediento, ansioso del tacto ajeno, de la piel del otro, del deseo consumado en la reciprocidad a ese flechazo erótico que inflama los corazones de los enamorados.
Si bien Cupido es hoy la estampa de San Valentín y refleja esa angustia de un flechazo mal dirigido, Anteros es también una digna imagen de las múltiples aristas y planos que conforman al amor. Cupido es la voz unívoca decepcionada e inmadura; Anteros, el amor dual, encendido y próspero.