El ruido y la furia: Tiempos Raros de El Shirota
El ruido nuestro de cada día, el escándalo de una urbe de hierro que no duerme, claxons, sirenas, protestas, ¡el panadero con el pan!, ¡colchones, lavadoras, estufas..!, ¡tamales, calientitos! Ruido, ruido, ruido, el ruido y la furia de estos tiempos ominosos, estrambóticos y sumamente raros.
Si pudiéramos musicalizar este veinte veinte o el fin de los tiempos de su preferencia, necesariamente (salvo que alguien opine lo contrario) sería con ritmos estrepitosos, volátiles e incendiarios, tal y como la bíblica trompeta del Apocalipsis. Una molotov sonora que implosione, que dinamite nuestro sistema nervioso y colapse mentes y orejas al por mayor. Si estamos ante el patatús de la humanidad, al menos que sea con música chida.
El ecosistema sonoro de la periferia de la CDMX es vasto, rico en ritmos y propuestas, lamentablemente, son pocos los proyectos que salen a flote o alcanzan un nivel de proyección alto, casi todos están condenados al ostracismo y, por ende, a la extinción. Afortunadamente, el nivel de supervivencia y adaptación de muchas de estas bandas es alto, resilientes y aferrados, cóctel ganador.
Crecer en el Estado de México trae consigo un sinfín de inconvenientes, El Shirota (a.k.a. El Chirota, el Shishotas) lo saben muy bien, oriundos de Chiluca (Atizapunk de Zaragoza, Edo. Mex.) estos cuatro inadaptados musicales comenzaron su carrera y maestría en ruidos y desmadres allá por el lejano 2013, con el lanzamiento del EP Chiluca no es Satélite. Su benjamín sonoro es un uppercut directo y macizo, un puñetazo que revienta cerebros, los cimientos de su presupuesto musical estaban tomando forma.
Ignacio (guitarra y vocales) , Rubén (guitarra), David (bajo) y Gabriel (batería) hacen ruido con madres, sin concesiones, desparpajado, poderoso y camaleónico, van de lo anodino a lo atascado en un santiamén. Emparentados con el garage, el noise, el punk-hardcore y pizcas de grunge y rockcito clásico, este tonayan auditivo es una mezcla altamente flamable.
Tres EP publicados, tres cachetadas limpias y sonantes publicadas de manera independiente: el ya mencionado Chiluca no es Sátelite (El Shirota, 2013), ESH001 (El Shirota, 2016), ESH002 (Del Sur, 2018), en conjunto con un tándem de sencillos, “Carreta Furacao” y “Tarde/Temprano” de 2019, son el palmarés que respaldan a estos fajadores de la estridencia y la anarquía auditiva. Sinuoso ha sido el camino que los llevó a estrenar en plena hecatombe planetaria su primer larga duración que lleva el oportunísimo título de Tiempos Raros (Devil in the Woods, 2020), bien dice la banda que los tiempos del punk son perfectos.
A pesar de cargar la pesada losa de la nostalgia, el cuarteto de Chiluca no se casa con géneros o influencias definidas, su constante es la exploración y la evolución de su sonido. A la par de su transformación musical, la banda también sufrió cambios en su alineación original, situación que lejos de mermar su potencia los llevó a jugar con sus influencias y enriquecer su vasto espectro sonoro. Su fama local traspasó el boca a boca de los circuitos underground y los llevó, paulatinamente, a formar parte del cartel del festival Nrmal y a tener una sesión en la prestigiosa estación de radio estadounidense KEXP.
La contracultura no apela solamente a una estética predefinida, parte fundamental de cualquier irrupción artística pasa por el discurso y la acción, en el caso de El Shirota podemos observar, en primera instancia, que no se disfrazan de ningún movimiento, ni enarbolan una causa predeterminada, su discurso es la música, su evangelio es el ruido y su palabra es la experimentación.
Si bien tras siete años de ruido y furia, la víscera cedió terreno ante la ecuanimidad, esto no quiere decir que su espíritu indómito se logró apaciguar. Tiempos Raros es la síntesis equilibrada entre fiereza y mesura, situación que exacerba su vena más creativa.
Nueve son los cortes que componen la novel placa de los oriundos de Atizapán, poco menos de cuarenta y dos minutos de una homilía de distorsión, catarsis y jugueteo sonoro. La mezcla estuvo a cargo del bajista del cuarteto, David Lemus, y todo el proceso creativo corrió a cuenta de la sociedad conjunta del cuarteto. La portada, así como el arte del disco, es obra de Guillermo Anda (también conocido como Guiyer), en ella podemos observar un collage con colores ocres y diversos personajes caricaturizados, como la superficie garabateada de un edificio viejo a punto de demoler.
Tiempos Raros es una travesía por páramos impredecibles, secos y punzantes que revisita y actualiza el sonido crudo y lacerante de la década de los noventa. El desconcertante viaje comienza con una noisera intro que, por su brevedad y hosquedad, pareciera un coitos-interruptus, “AtorihS LE” es el precoz (doce segundos) corte inicial.
Como si se tratara de una navaja a la cual se le comienza a sacar filo, así arranca el segundo track, se trata de “No sé todo”, guitarras poderosas que desgarran el aire y tambores machacantes que se entretejen con el retumbar de un bajo bien amarrado. De la precocidad pasamos al devaneo instrumental que nos remite a un Kurt Cobain vagando en medio de un trance por las babélicas calles de un barrio perdido al norte del Estado de México, grunge para centennials.
“El Chirota”, tercer corte, se adentra de lleno en el noise instrumental, aquí podemos escuchar el balance idóneo entre la elegancia y la experimentación. Ruido limpio, atronador pero cristalino, el bajo funciona como motor sobre el cual reposa la combustión interna del combustible que detonará la distorsión y el regodeo acompasado de todos los instrumentos involucrados, una epifanía auditiva que sangrará tímpanos.
La chispa que encendió la hoguera sónica amarró y desató un incendio con ráfagas de llamas que se esparcen sin piedad y carbonizan todo lo que tocan. “Más de una vez”, cuarta canción del primer larga duración de El Shirota, es quizá una de las más poderosas composiciones dentro del plato, y uno de los primero cortes que conocimos en 2019. El leitmotiv que empareja poder, desbordamiento, distorsión y armonía aquí se amalgaman y sincronizan como si se tratara de una maquinaria perfecta. Letra matadora que, seguramente, será una de las más coreadas en los estrepitosos y violentos directos que ofrece la banda:
“Más de una vez hice lo que juré ya no volver a hacer,
cuando recuerdo que sangro”.
El curso musical de Tiempos Raros mantienen una cohesión orgánica, nada se siente forzado o fortuito, el viaje es consistente y lleno de descubrimientos, detalles de producción, flirteos entre instrumentos y una plena consciencia sobre el derrotero sonoro al que pretenden arribar los chiluquenses. “La Ciudad” marca la mitad del electrizante peregrinaje, efusivo, potente y, tal vez, una de las canciones que estarán sonando al calor del verano, en medio de ciudades casi desiertas. Roller coaster de emociones y guitarreos. Es raro caminar / Bajo la luz de la ciudad / Es raro caminar / A donde quiero estar.
“RTL” es el culmen de las aspiraciones sonoras de El Shirota, doce minutos con veintiséis segundos de puro divertimento, collage de sonoridades donde se expanden, contraen y condensan todas las influencias de la banda, así como su propio presupuesto. Sosiego que paulatinamente se transmuta en un vendaval que arrasa con todo lo que encuentra a su paso, si el 20 20 decide exterminarnos, este track acompañaría el ocaso de la civilización humana.
¿Cuánto falta para el fin del mundo?, ¿cuánto falta para llegar?, ¿cuánto falta para que termine la pandemia?, ¿cuánto falta..? Dicen los doctos que nadie sabe la hora ni el día, entonces si vivimos en medio de la zozobra por qué preocuparnos. “¿Cuánto Falta?”, track número siete, que funciona como un remanso antes de regresar a la explosión y el caos con el que se cierra Tiempos Raros.
La incertidumbre funciona como un componente esencial dentro del universo, nosotros, simples mortales, estamos sujetos a lo indeterminado, al azar, contadas veces sabemos hacia dónde vamos. A veces sólo somos barquitos de papel navegando a la deriva. “A dónde voy”, penúltimo corte del nuevo disco de El Shirota, luce impetuoso, impregnado con el espíritu de la música indie noventera. Tal vez muchos no sepamos a donde queramos llegar, además, en tiempos de COVID-19 no es que haya muchos lugares a donde ir. Finalmente, nadie puede huir de sí mismo.
El colofón es machacante, locuaz, intempestivo, como un knockout sórdido y atronador, “El Bob Rosendo” es la patada inesperada que te llega por la espalda en medio de un pogo en algún tugurio de Azcapotzalco, Aragón, Neza, San Felipe o cualquier otra ciudad donde aún haya furia para bailar, desgañitarse y sudar. Los cuerpos se agitan, el pogo libera a la bestia que todos llevan dentro, ruido, furia, sudor mezclado con sangre, aroma de chela rancia y yerba envuelven el pandemónium... Ya valió ver... Sí, todos están vivos, la música, el baile, la violencia lo atestiguan, algún día, no muy lejano, lo volveremos a ver y a sentir.
El Shirota suena a Primal Scream, Happy Mondays, Radiohead, Sonic Youth, Nirvana, Cardiel, San Pedro El Cortez, Denalgas, etc., pero, sobretodo, entre la mezcolanza y las influencias, los Shirotas suenan a lo que ellos quieren y a lo que les da la gana.