Oscar Wilde y el amor que no se atreve a pronunciar su nombre

Oscar Wilde y el amor que no se atreve a pronunciar su nombre

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En este día, 16 de octubre pero de 1854 en Irlanda, nació uno de los escritores literarios más mágicos y convincentes del mundo, un artista de extraordinario ingenio y aprendizaje, cuyo talento sería contrarrestado por su humanidad y su búsqueda temeraria por el amor y perfección. Oscar Wilde pagó un alto precio por sus impulsos románticos y su creencia en la belleza. Ciertamente, un fatalismo irónico lo acechó durante su corta vida, una que terminó en una habitación de hotel en París en 1900. Sin embargo, su legado está tan lleno de tristeza como de humor, perspicacia y observación.

Aunque fue producto de la época victoriana, Oscar Wilde y sus obras siempre parecieron completamente modernos. No solo en cuanto a cómo los lectores de hoy se relacionan fácilmente con los conceptos de Wilde (lo universal siempre será universal, así como Shakespeare es tan relevante como siempre). Más bien, la sensibilidad de Wilde se ajustan perfectamente a nuestro tiempo: sarcástico, idealista, juguetón, sombrío, melodramático, conflictivo. Era un revolucionario de creación propia, con una conciencia extrañamente moderna en cuanto a su contexto social. Se siente cercano a nosotros en términos de época, aunque han pasado casi 119 años desde su muerte. Pero su influencia va más allá de su escritura. Se trata de su trabajo y de su vida, que están inextricablemente vinculados.

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La historia de Oscar Wilde es brillante, trágica y complicada; una historia que, a pesar de muchos esfuerzos, no puede transformarse fácilmente en simples frases sobre imanes en el refrigerador que afirman que "Amarse a sí mismo es el comienzo de una aventura que dura toda la vida". Además de ser eminentemente citable, el legado de Wilde es vital tanto en el ámbito artístico como en términos de su impacto en la comunidad LGBTQ.

Para resumir una historia larga y desgarradora, en 1895, solo unos meses después de la presentación de su obra maestra La Importancia de Llamase Ernesto, Wilde fue enviado a prisión condenado por "indecencia". Wilde había tratado de demandar a Sir John Sholto Douglas, padre de su amante, Alfred Lord Douglas (o Bosie), por difamación después de una serie de insultos homofóbicos que culminó con una nota que decía "Para Oscar Wilde, ostentoso sodomita”.  Desafortunadamente, para Wilde, debido a su demanda, surgieron pruebas de su "indecencia" — homosexualidad— algo que el escritor había estado tratando de ocultar, por obvias razones sociales y legales. A partir de la lectura de cartas entre Wilde y Bosie, fue en la sala del tribunal donde se acuñó el escalofriante y resonante eufemismo de la homosexualidad: "amor que no se atreve a pronunciar su nombre". Cuando se le preguntó sobre su significado, Wilde dijo: "Es ese profundo afecto espiritual que es tan puro como perfecto. Dicta e impregna grandes obras de arte... Es hermoso, está bien, es la forma más noble de afecto... El mundo se burla de él, y a veces lo pone a uno en la picota“.

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Tal cita estelar subraya aún más el legado vital de Wilde en el arte, forjando caminos en la autoaceptación e ideas de lo personal como político. No tuvo miedo de decirlo como es, pero nunca discutió su sexualidad en forma impresa, al menos no de la manera explícita. Se mantuvo oculto detrás de un ingenio deslumbrante, en obras como El Retrato de Dorian Gray, De Profundis, en su poesía y, de manera extraña, en sus cuentos infantiles. Pero el objetivo de Wilde no era salvar a los niños, a las nuevas generaciones. Su verdadero objetivo eran los adultos: aquellos que fingen no estar influenciados por el arte o, lo que es peor, que el arte no importa. Los adultos que se encontraban atemorizados por mostrase tal como eran. 

"Lo interesante de las personas en una buena sociedad", escribió, "es la máscara que usa cada uno de ellos, no la realidad que se esconde detrás de la máscara. Es una confesión humillante, pero todos estamos hechos de lo mismo".

Esto puede parecer una vieja noticia ahora, pero fue revolucionario para los victorianos. En una era en la que la sociología todavía estaba en pañales, la psicología aún no era una disciplina y las teorías de la performatividad no se encontraban en un cercano futuro, Wilde mencionó una verdad profunda sobre el comportamiento humano en situaciones sociales. Las leyes de etiqueta que rigen la sociedad educada eran, de hecho, una máscara. Una máscara que solo se podía remover por el arte.

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Wilde convirtió su propia vida en una obra de arte trágica, extravagante y catastróficamente hermosa para lograr esa declaración. Ese fue su legado al siglo XXI. Hoy en día, el espíritu de Oscar Wilde no vive más bajo una máscara. En 2017, fue uno de los 50 mil hombres homosexuales indultados póstumamente por el Ministerio de Justicia por actos sexuales que ya no son ilegales. Las obras de Wilde, una vez consideradas de influencia corruptora, ahora se enseñan en escuelas de todo el mundo. Se ha convertido en la figura legendaria. Las reliquias de su martirio se han convertido en atracciones, lugares de peregrinación. En su cumpleaños 165, el regalo más curioso que le podemos dar es el reconocimiento de su extraordinaria lucha personal, su confesión literaria y su cándida forma de amar, referentes de ilegalidad e indecencia hace siglos, obras de contemplación y admiración hoy.

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