La verdadera lección de Pedro y el Lobo según el performance japonés
Un escenario oscuro que dibuja a sus personajes bajo afilados reflectores, un comedor austero y cientos de casas blancas, diminutas e idénticas dispuestas en hileras perfectas como una maqueta de ensueño minimalista, son los únicos elementos escénicos que componen la pieza teatral Un día tranquilo del productor japonés Mikuni Yanaihara, responsable del proyecto performático multimedia que lleva su nombre y que ha sido reconocido por su experimentación disruptiva dentro de la tradición del teatro de Japón.
Como todo lo que viene de oriente, el drama protagonizado por un matrimonio en ruinas, carcomido por nimias obsesiones, paranoias y celos, rompe con toda expectativa que se tiene de una obra, por decir, “convencional”. Presentada con subtítulos en español proyectados sobre una pantalla en el Teatro Cervantes de Guanajuato, Un día tranquilo se nos revela en su comienzo como un monólogo acerca del sueño. El personaje masculino sin nombre encarnado por Daisuke Matsunaga se decanta frente al público a través de recuerdos de su niñez. Su madre incitándolo a entregarse a la oscuridad de sus párpados como medio de escape de la cotidianidad, justo antes de dormir. Así, identifica como su única habilidad reconocible la facilidad que tiene para quedarse dormido.
Después de su cándida confesión en soliloquio, aparece su esposa —interpretada por Nozomi Kawata— quien con la fuerza de un asteroide, irrumpe en la tranquilidad de la escena y sirve de catalizador para un largo y a ratos, casi incoherente encadenamiento de reproches y quejas de pareja que se torna incómodamente humorístico.
A la par de esta secuencia de reclamos, los personajes ‘danzan’ en una especie de ritual de animadversión, apenas y tocándose. Más bien, huyen de sí mismos en el constreñido espacio que dibuja su pequeño comedor blanco a la mitad de la penumbra escenográfica. Se esconden bajo la mesa, cambian las sillas de lugar. Ella arroja papeles por el aire, Él los recoge. Se mofan, se jalonean, se acusan y condenan. Sueltan argumentos, justificaciones, censuras.
A partir de aquí, la narrativa cobra un vuelco ininteligible y onírico que coloca a la pareja en la ensoñación del hombre, como aparentes desconocidos, individuos que quizás se encontraron en otra vida o tal vez, versiones fantasmas de sus alter-egos juveniles antes de casarse.
En algún punto de su caótica conversación, el personaje masculino hace referencia a la fábula de Pedro y el Lobo, donde un niño travieso anuncia un peligro aparentemente inexistente, al grado de que su aldea deja de creer en su palabra. Cuando el lobo, antes imaginario, se manifiesta finalmente como un riesgo real e inevitable, Pedro intenta prevenir a su pueblo, pero su escepticismo y desconfianza los conducen a la fatalidad y la fiera termina por devorarlos. Según el personaje interpretado por Matsunaga, la moraleja de la historia no es el dilema moral del engaño y la mentira, sino la inminencia del peligro y la poca prevención que se toma frente a él. “El no debió haber gritado ‘ahí viene, ahí viene’, sino ‘vendrá’”, asegura en algún punto de su diálogo con su otrora esposa. Entender el aviso de Pedro no como una señal de un terror inexistente, sino como advertencia de uno futuro e inminente, pudo haberles salvado la vida ¿Una moraleja o alegoría relevante para su fallido matrimonio o para los sismos en Japón?
Así, el guión discurre en un intercambio insólito de palabras, anécdotas y dimensiones ilusorias que abordan desde la muerte de una anciana por su alergia a los crustáceos, hasta la diferencia entre una casa y un hogar. Todo en medio de lo que bien podría ser un discurso de venta de bienes raíces muy singular.
Después de este estudio del sueño, volvemos a la realidad despierta de los personajes, quienes se reencuentran en la persecución dancística en su comedor, discutiendo una vez más por temas tan mundanos y bizantinos como el de quién dibujó un círculo en la fecha de un calendario. El clásico “fuiste tú, yo no fui”.
La exploración de esta caótica y violenta interacción como base de un drama doméstico, aunado a la casi atlética expresión corporal de los actores que no dejan de saltar, correr y arrastrarse por el escenario, contrasta duramente con el minimalismo de la atmósfera, que se limita a sus modelos a escala y a una iluminación escasa.
Una dirección y un libreto repleto de simbolismos, referencias culturales y guiños a la tragedia ocurrida en Japón en marzo del 2011 después de que un terremoto cobrara la vida de más de cinco mil personas, convierten a Un día tranquilo en una pieza avasalladora y a ratos, desconcertante. Una maraña de ideas y mensajes que puede resultar demasiado intrincada para públicos no familiarizados con la visión alternativa y expresiva de oriente.
Fotos: Rubén Pax
D.R. ©Festival Internacional Cervantino 2018
P.
Mikuni Yanaihara Project
Un día tranquilo
Japón
20 y 21 de octubre, Teatro Cervantes
Festival Internacional Cervantino