Frozen II: la secuela que creíamos necesitar y terminó sobrando
En 2013, Walt Disney Animation Studios añadió a su lista de clásicos animados su 53º largometraje, Frozen: Una aventura congelada (Frozen).
Esta historia, inspirada en el cuento La reina de las nieves del escritor danés Hans Christian Andersen, narra el viaje de dos hermanas, Elsa —nacida con poderes de hielo— y Anna, quienes deben reencontrarse, unirse y salvar a su reino, Arendelle, de su destrucción. Se trata de una historia dinámica, con tintes de comedia, acción y drama, en la que se demuestra, como en la mayoría de las películas de Disney, que el poder del amor supera al del miedo. Sin embargo Frozen le da su propio giro y se enfoca más en el amor familiar que en el romántico.
Nos enseña que el cariño, el acompañamiento y el sacrificio por amor son capaces de derretir hasta al corazón más congelado. Fue una cinta aclamada por la crítica, ganadora de dos Premios Oscar: Mejor Canción Original (“Let It Go”) y Mejor Película Animada. Este último galardón lo obtuvo también en otras ceremonias: Premios Annie, Premios BAFTA, Globo de oro y Critic’s Choice Awards.
A raíz de este éxito, Frozen obtuvo su propia atracción en Walt Disney World, Frozen Ever After (2016) y su historia se expandió en un cortometraje de 2015 titulado Frozen: Fiebre Congelada (Frozen Fever) y en el mediometraje de 2017, Olaf's Frozen Adventure (Olaf: Otra aventura congelada de Frozen).
Finalmente, seis años después de la cinta original, llega su esperada y obligada secuela, Frozen II, la cual viene cargada de nuevos personajes, escenarios, técnicas de animación, canciones y moralejas. Nuevamente es dirigida por Chris Buck y Jennifer Lee y está acompañada de la música de Kristen Anderson-Lopez, Robert Lopez y Christophe Beck.
En esta ocasión, Elsa (voz de Idina Menzel) ya no desea huir de su pasado. Tras superar el temor que sus poderes le provocaban, ya no quiere ocultar quien es, pero ahora quiere entenderlo. Ansiosa por conocer más acerca de sus padres y del origen de sus poderes, se embarca en una misión al lado de Anna (Kristen Bell), Kristoff (Jonathan Groff), Sven y Olaf (Josh Gad) para visitar un bosque encantado que alberga respuestas sobre su pasado.
Frozen II representaba una gran prueba para Disney, pues debía superar las altas expectativas de su audiencia y el fenómeno mediático y musical que desató su antecesora. Luego del éxito taquillero de Frozen, existía una gran presión por continuar la historia bajo los mismos estándares de calidad y obteniendo resultados igualmente positivos.
A pesar de que Frozen II retoma diferentes elementos de su predecesora, tiene un carácter distinto: está más enfocada en el arte de la película que en la historia misma. Su nivel de detalle es impresionante: es posible ver cada hilo de la ropa y cada hoja de los árboles, y tanto el hielo como el agua lucen tan reales que parecen filmaciones auténticas en vez de una animación. La paleta de colores aporta un sentido de armonía y de estética al filme; la iluminación es clara, con un toque azulado y los escenarios anaranjados contrastan equilibradamente con morados, rojos y amarillos de distintas tonalidades. Con ello, Disney demostró que una de sus mayores fortalezas es perfeccionar su técnica y mejorar la calidad de su animación, año con año.
Otro aspecto destacable de esta secuela es que recupera algunos de los elementos más importantes en la historia original, como el sentido de pertenencia, de identidad y de valentía. Esto es claro con el caso de Anna, quien en la primer cinta se muestra un tanto distraída y vulnerable y aquí desarrolla un carácter fuerte que le permite dejar todo de lado —incluso su reino y sus relaciones sentimentales— para hacer lo correcto y corregir los errores del pasado.
Igualmente es importante rescatar que la secuela tiene un mayor sentido de inclusión. Cuenta con personajes de diversas ascendencias y orígenes étnicos, como el teniente Mattias (Sterling K. Brown), Honeymaren (Rachel Matthews), Ryder (Jason Ritter) y Yelana (Martha Plimpton). Con ello, la historia apuesta por un retrato más diverso de sus personajes.
Sin embargo, los personajes nuevos no tienen mucha injerencia en la historia y cuentan con unas cuantas líneas para cada uno; no alcanzan a desarrollarse y, por ende, el espectador no genera lazos con ellos. Esto anula, en cierto sentido, el sentido de inclusión, pues su presencia en la película parece ser meramente simbólica.
Un momento clave para entender la moraleja de la historia es aquel en el que Anna y Elsa forman un vínculo entre dos grupos enemigos: los soldados de Arendelle y los Northuldra, una tribu con un estilo de vida similar al de un pueblo lapón o saami. Fomentan la paz entre ambos y buscan hacerle frente a las injusticias que ocasionaron sus conflictos. La historia es honesta: se muestra el aprovechamiento de los habitantes del reino sobre los recursos y las tierras de otros y lo importante que es remediarlo para restaurar el orden y la armonía.
Sin embargo, aunque está claro que esa es la moraleja central de la historia, el filme le dedica poco tiempo y, como consecuencia de ello, su ejecución no es clara. La trama se distrae con detalles poco relevantes. El guión está demasiado enfocado en mostrarnos criaturas mágicas y efectos especiales, que deja de lado puntos clave de la historia.
Los acontecimientos importantes ocurren por instantes breves y tienen pocas explicaciones. La historia se muestra dispersa y poco objetiva porque, al introducir un universo nuevo, abarca muchas cosas que quedan inconclusas o que al final no tienen tanta relevancia.
Mientras que en la cinta original la historia se iba formando de manera cronológica, entrelazando las acciones de todos los personajes entre sí, aquí las narrativas se sienten aisladas: cada individuo tiene un fin particular y casi no comparten espacios comunes durante el clímax. Los personajes conviven poco entre ellos, de manera que, sin la primer cinta, sería complicado entender el motivo de su afecto o relación.
Disney intentó conservar elementos importantes que caracterizaban a la primera película, pero Frozen II parece estar en una sintonía diferente, con una trama ajena a la que se le injertaron (de manera forzada) ciertas características del filme anterior.
Las canciones, por ejemplo, son un gran punto de comparación. Son similares, aunque menos memorables que las primeras. “Into The Unknown” (Mucho más allá) toma el lugar de “Let It Go” (Libre soy) como la pieza principal de la película. Nuevamente realza el empoderamiento de Elsa y sirve como punto de quiebre en la historia.
“When I Am Older” (Cuando sea mayor), por su parte, retoma la misma función que tuvo “In summer” (Verano) durante la primera película: es una pieza divertida interpretada por Olaf, en la que la temática cambia, pero el ritmo no. Incluso hay piezas como “Vuelie” que aparecen, tal cual, en ambos filmes sin reinterpretación alguna.
Algunos acontecimientos de la historia también resultan predecibles pues hay escenas que vuelven a ocurrir: una de las hermanas se congela y otra de ellas es coronada como reina. Estos componentes -que originalmente fueron tan significativos en la primera entrega- ahora carecen de impacto.
Pero así como hay elementos que quedaron intactos, también hay cambios drásticos: la fantasía se ve sobre-explotada en Frozen II, lo que la hace sentir ajena a la cinta original. Mientras que en la película original, la historia seguía un orden lógico, aquí pareciera que la magia no tiene límites y que puede hacer que cualquier cosa sea posible a conveniencia del guión.
Frozen II cumple su objetivo de ser una película entretenida que mantiene al público expectante y atento. También es —en términos de su lenguaje visual— una obra maestra de la animación. Pero falla al aportar algo importante a la historia. A pesar de ser una secuela, se siente más como una precuela, porque su trama gira constantemente en torno al pasado. Buscaba darnos respuestas y solamente nos dejó más preguntas. Las acciones que se toman son para corregir errores cometidos con anterioridad, pero que nunca tuvieron presencia ni relevancia en la primera película.
Frozen funciona como un pequeño ciclo que se cierra en sí mismo. Frozen II es más algo adicional que algo necesario.
Sin embargo, hay que reconocer una moraleja valiosa de este filme: Elsa evoluciona como personaje y nos enseña algo nuevo. Está bien dejar ir el pasado, pero también es importante recordarlo, enfrentarlo y solucionar aquello que fue incorrecto, porque incluso las cosas que pasaron hace años tienen un impacto en el presente. En última instancia, Frozen II transmite un mensaje poderoso: no debemos tener miedo de ir hacia lo desconocido porque muchas veces aquello que está oculto contiene la respuesta a lo que en la cotidianidad o en nuestra zona de confort no podemos entender.
Siempre será posible remediar los daños y buscar la paz.