FICM 2021: Annette, el insano musical de Leos Carax
Hay algo muy valioso en tomar un género cinematográfico y comprometerse con él hasta las últimas consecuencias. Robert Rodríguez lo hizo con Sin City y el film noir, mientras que hace décadas Jacques Démy lo hizo con Los Paraguas de Cherburgo y los musicales. Léos Carax es, en su nicho cinematográfico semi art-house, un realizador conocido por su compromiso irrompible; es ferozmente aguerrido a una muy particular visión estética, lo cual hace que sus películas no se parezcan realmente a ninguna otra en su país o cualquier lugar, así como tampoco logran gustar a todos los públicos. Su más reciente producción, Annette, parece ajustarse a esta visión con rigor fundamentalista sobre un género: los musicales.
Quizás de primera impresión, Annette podría parecer un ejercicio atípico para el creador de películas como la melancólica Mala Sangre o la surrealista Holy Motors. Pero, a pesar de ser su primera producción en inglés, sumar talento de peso hollywoodense (Adam Driver y Marion Cotillard) y ser un musical, Annette no sacrifica en absoluto el carácter agrio, melancólico y desafiante tan evidente en Carax. Annette, sí, es un musical donde casi no hay diálogo que no esté cantado, y sus protagonistas son dos de las caras más fácilmente reconocibles en el mundo contemporáneo; pero se encuentran en una historia donde prima la dependencia tóxica, la cáustica violencia de pareja, la explotación infantil y abusos al por mayor. Sin olvidarse de que su narrativa tan actual y al mismo tiempo sin ofrecer una sola disculpa tampoco será del agrado de muchos.
La película ganadora del premio a Mejor Director en el pasado Festival de Cannes, Annette del director Leos Carax, está lleno, a pesar del contenido pernicioso y tóxico (al igual que la filmografía de Carax), de una inexplicable belleza, de una mastodónica ambición producto de esta ópera pop y un histrionismo desvergonzado, ambos elementos en una coordinada sintonía para entregar uno de los largometrajes más brutamente emocionantes del año. Eso sin mencionar lo que tras cinco largometrajes ya es más que evidente.
Leos Carax es un absoluto capo detrás de la cámara, que apoya su desquicie narrativo con el formal. Sus elaborados planos secuencia, las frenéticas y mareadoras tomas circulares junto con su valiente dependencia en efectos especiales, tanto prácticos como computarizados, hacen de Annette una experiencia difícil de repetir.
Annette también se suma a un fenómeno que lentamente ha crecido esta década: el renacimiento mainstream de Sparks, banda norteamericana de pop rock cuyo talento jamás se ha visto justamente reflejado en el éxito comercial (que a pesar de todo ha sido considerable). The Sparks Brothers, documental de Edgar Wright, recupera la leyenda de este dúo a nivel más didáctico, mientras que Annette representa un apasionante proyecto con décadas de gestación, que ahora finalmente ve la luz por tener a tres maníacos en su creación. No por nada, las primeras palabras que se pronuncian en el largometraje son las siguientes: “Durante la siguiente actuación se prohibe respirar”.
Annette es tan extática y caótica como desoladora y trágica. Mientras Léos Carax suele llevar la abstracción a niveles estratosféricos en sus largometrajes, Annette es curiosamente transparente; todo resulta ligeramente obvio, no hay necesariamente un significado más profundo, ni una intención simbólica obligatoria. De cierta forma, es una brillante contradicción, tan amable como posiblemente alienante, tan entretenida como dolorosa, tan obviamente posible como imposible creer lo que uno ve.
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